(XII) MONASTERIOS JERÓNIMOS EN TIERRAS PORTUGUESAS Y FRANCESAS Y MOVIMIENTOS DE ERMITAÑOS JERÓNIMOS EN ITALIA (Parte III)
Tratamos anteriormente la cuestión de la circunscripción
de la Orden de San Jerónimo a las coronas de Castilla y Aragón y los motivos de
la misma, que contrastan con el relato de la crónica de fray José de Sigüenza.
Continuando con ello, vamos a tratar las incursiones
de la OSH en Portugal y Francia, siguiendo los argumentos del Dr. Ángel
Fuentes Ortiz en su obra ya citada “Nuevos
espacios de memoria en la Castilla Trastámara” (ediciones de La Ergástula,
Madrid, 2021), y a considerar el caso de los movimientos jerónimos en
Italia. Respecto a los casos de Portugal y Francia, siguiendo los
argumentos del Dr. Ángel Fuentes Ortiz. Afirma el autor que “los orígenes de la
orden jerónima se han asociado tradicionalmente a fray Vasco de Portugal
(Revuelta, 1982: 124). Sin embargo, antes de él e incluso antes de lo que
tradicionalmente se ha considerado como el primer monasterio jerónimo
portugués, Nossa Senhora de Penha Longa (1390), ya se había producido un
episodio aislado que podría haberse convertido en el detonante de una expansión
natural de la OSH castellana hacia el reino vecino. Un caso que, además,
presenta una trayectoria extraordinariamente similar a la del monasterio de
Santa María de Aniago, en Valladolid.
El Dr. Josemaría Revuelta Somalo daba a conocer en 1982 la existencia de una bula, fechada el 13 de febrero de 1375, que otorgaba a petición de Pedro Pecha la facultad de fundar cuatro monasterios nuevos, a saber, dos en Castilla y 2 en Portugal (Revuelta, 1982: 258). Esto ha de tomarse como un indicativo implícito de que las 4 fundaciones concedidas por la bula de 1373 habrían sido ya realizadas – Lupiana, La Sisla, Guisando y Aniago-. Esta bula, emitida por Gregorio XI, estaba dirigida a los abades de Alcobaça, Santa Cruz de Coimbra y San Vicente de Lisboa, destinatarios a los que se conminaba a apoyar las fundaciones eventualmente efectuadas por la Orden en Portugal. Este documento ha de ponerse en relación – indica Fuentes Ortiz - con la donación efectuada por Fernando I en 1378 de sus “paaços (palacios) de Friellas” a un tal Lourenço Eanes, para que éste edificase en ellos “hum moesteiro da dita orden de sam Geronymo”, la cual “ora nuevamente foe edificada pollo papa Gregorio XI” (Dias dos Santos, 1977: 6; Freitas Carvalho, 1984: 80). Dicha donación se realizaba únicamente a cambio de rezar por las almas de los reyes y de sus ancestros – la misma fórmula había utilizado la reina Juana Manuel para Aniago sólo un año antes.
Siguiendo textualmente a Fuentes Ortiz, se puede afirmar que “aunque no han aparecido hasta la fecha más documentos que avalen la existencia de este convento, tanto la bula previa de Gregorio XI, como los evidentes paralelismos con la malograda fundación de Aniago, dan a entender que muy posiblemente en Frielas hubo un efímero monasterio jerónimo antes de la llegada de fray Vasco a Portugal. Un convento de orígenes castellanos pero que sería favorecido directamente por la monarquía portuguesa (pág. 39). Sin embargo, no debió durar mucho la comunidad jerónima en los palacios de Fernando I, pues consta que en 1384 el lugar de Frielas pasó a manos de Nuno Alvares de Pereira. Las siguientes fundaciones, Penha Longa y Mato, llegarían ya a finales de siglo y bajo una bula propia que las diferenciaba de sus homónimas de Castilla y Aragón”. ¿Por qué no triunfó la expansión de la OSH proyectada por Pedro Pecha en Portugal?, se pregunta el autor; para responder que, “con toda probabilidad, debido a las ya mencionadas tensiones políticas y religiosas que afectaban a la Península Ibérica en las postrimerías del XIV.
Con respecto a otras fundaciones jerónimas fuera de los territorios de las Coronas de Castilla y Aragón en las primeras décadas tras la recepción de la bula Sane Petitio en 1373, es muy curiosa también la escurridiza presencia de los jerónimos en Francia, en palabras de Fuentes Ortiz. Explica este autor que, “a pesar de lo que pudiera parecer, por el escasísimo impacto que ha tenido en la bibliografía hasta la fecha, la existencia de monasterios jerónimos en Francia no pasó del todo desapercibida por los cronistas de la Orden. Debemos a fray Pedro de la Vega la primera noticia que generó cierta repercusión en las crónicas sobre estas casas extranjeras. Una referencia que salvó a dichos monasterios del olvido, pero que el propio narrador reconoce haber evocado “de memoria”. Fue a la hora de plasmar la biografía de un destacado monje, Pedro Belloch, cuando el Padre de la Vega introdujo el siguiente testimonio: “Este sancto varón (si la memoria de lo que leí en otro tiempo no me engaña) recibió el hábito en su tierra en el monesterio de la orden que esta cerca de Cisteron en la Proe(n)cia. Y de allí vino a España (Vega, 1534: 33r). José de Sigüenza recogió el testigo cronístico de Pedro de la Vega, y a sus palabras añadió algunos datos obtenidos de los capítulos generales sexto y octavo, además de una conclusión sobre su origen que, sin resultar descabellada, a la luz de los nuevos argumentos presentados en el trabajo de Fuentes Ortiz se presenta cuando menos discutible: ´Siempre creo que tuvieron los monasterios (franceses) de la OSH principio en don Alfonso Pecha, obispo de Jaén, que edificó un convento en Génova. Ni puedo hallar otra razón de fundación de estas casas, ni en los archivos de esta religión se descubre otra cosa´ (Sigüenza, 2000: 295).
Pero parece poco probable que la comunidad genovesa de Quarto, que apenas subsistió cinco años y se extinguió por puro agotamiento, pudiese haber servido de cantera para otros monasterios. Entonces, ¿cuáles fueron estos monasterios franceses y qué relación les unió a sus homólogos hispanos? Elías Tormo aseguró en su Discurso que la OSH aceptó “la filiación de una casa de Languedoc… pero tan a trasmano que la fue dejando enseguida” (Tormo, 1919: 30). Parece confirmar esta historia el Padre Sigüenza, quien señala brevemente que, por estar el monasterio tan apartado, éste hubo de ser encomendado a la cartuja de Villeneuve-lez-Avignon junto a la ciudad Papal. Pero a partir de aquí, la historiografía jerónima llega de nuevo a una vía muerta, por lo que hemos de acudir a fuentes francesas ajenas a la Orden (pág. 40). El relato de los abades Edouard Laplane y Auguste Andrieu asegura que el origen de las comunidades jerónimas francesas se remontaba hasta Simón de Vapinçon, un personaje oriundo de la ciudad de Gap (Hautes Alpes) que construyó en las postrimerías del XIV una ermita en las cercanas montañas de Curbans (Andrieu, 1924-25: 66; Laplane, 1843: 272-273). Afirmaba el abad Andrieu que el 3 de septiembre de 1393 le fue entregada a dicho anacoreta una parte del dominio de Pin, y que sus benefactores le prometieron muchas más riquezas si convertía su eremitorio en una casa de la OSH. Siguiendo dicho consejo, el grupo de ermitaños fundadores – a Simón se habían sumado otros 4 – remitió una petición a Benedicto XIII, el cual contestó finalmente en 1396 a través de una bula, mediante la cual quedaban incorporados los eremitas de Curbans a la OSH, siendo además nombrado prior de Notre-Dame-du-Pin fray Gonzalo de Compostela (Gondisarve de Compostelle). Parece que los jerónimos de Notre-Dame-du-Pin contaron con la protección de importantes personajes como el duque de Anjou Luis II (1377-1417), su hijo Luis III (1403-1434) o el obispo Geoffroy Dufort (dep 1436). Éste último sería el responsable de la donación de la casa de Le Gaure, que en poco tiempo se convertiría en el segundo monasterio de la comunidad en Francia, gracias al patrocinio de los habitantes de la cercana ciudad de Sisterón (Andrieu, 1924-25: 140).
Nos estamos adelantando a los acontecimientos clave de 1389, pero es necesario para mantener la coherencia del relato de las fundaciones en territorio francés. A este respecto, prosigue Fuentes Ortiz, “a tenor de lo expuesto hasta ahora cabe señalar hacia las dos fundaciones jerónimas francesas como las únicas que cosecharon un cierto éxito fuera de las fronteras peninsulares y, desde luego, como las únicas que se mantuvieron lo suficiente en el tiempo como para dejar una huella en la sociedad de su época (hacia 1425 aún se habla de su importante cabaña ganadera, mencionada por Edouard de Laplane a propósito de las quejas de los habitantes de la ciudad ante la expansión del ganado de los jerónimos de Le Gaure en 1425. Volviendo a la cuestión inicial, no debemos pasar por alto un hecho básico, y es que ambos monasterios fueron fundados en tiempos del Cisma bajo la obediencia aviñonesa (p. 42). Esta circunstancia, que a priori podría favorecer su vinculación a los jerónimos castellanos (de hecho, Sigüenza habla de que los cenobios eran visitados de vez en cuando “para que se conservase en la forma nuestra religión”. Sigüenza, 2000: 376-377), impediría sin duda, al contrario de lo que proponía el cronista, que sus integrantes proviniesen del círculo romanista de Alfonso Fernández Pecha.
Sin embargo, la procedencia de sus miembros fundadores sí
debió ser predominantemente hispana, como atestigua el nombre de su primer
prior; pero la prueba más interesante de un hipotético nexo entre los
monasterios de Francia y la corona de Castilla, amén de las visitas
esporádicas, lo constituya la existencia de un monje jerónimo, el citado Pedro
Belloch, el cual habiendo tomado el hábito en Notre-Dame-du-Pin, terminó
recalando en el Monasterio de la Mejorada en tiempos del infante don Fernando
de Antequera. José de Sigüenza atribuye la llegada del monje francés a Castilla
a que se “habían despoblado aquellos conventos, porque no quería Dios que esta
religión fuese sino de España” (Sigüenza, 2000: 295). Es cierto que en época de
Sigüenza apenas quedaba algún rastro físico de las fundaciones francesas de la
OSH. Pero no lo es menos que en tiempos de Pedro Belloch, el priorato galo de
Notre-Dame du Pin se encontraba en su momento de pleno apogeo bajo el
patrocinio de los duques de Anjou.
Si leemos entre líneas, argumenta Fuentes Ortiz, descubriremos que bajo la afirmación del Padre Sigüenza tal vez subyaga algo de verdad: y es que a la vista de los hechos todo nos lleva a pensar que los jerónimos no quisieron que su orden saliese de los reinos hispanos (p. 42). La prueba de ello la tenemos en el primer Capítulo General (1415), que constituía a la Orden en “regular” y “exenta”, y que fue celebrado en el monasterio de Guadalupe en 1415. A él se invitó a todos los monasterios que los jerónimos consideraban potencialmente “canónicos” (Sigüenza, 2000: 345-346), admitiendo en la lista incluso a algunos de escasa trayectoria y entidad como San Jerónimo de Corral Rubio (Toledo), que sería suprimido tan solo 3 años después (Revuelta, 1982: 164). Entre los 25 elegidos, sin embargo, no se encontraba ningún cenobio italiano, portugués o francés. Pero lo más interesante, en palabras de Fuentes Ortiz, es que, “con toda seguridad, dicha decisión no se encontraba sólo en manos de los jerónimos” (p. 43). Baste recordar en este sentido que apenas tres años antes del primer Capítulo General, la dinastía Trastámara había llegado hasta el trono aragonés (Fernando I, 1412). En este contexto no puede sorprender que de la lista definitiva de monasterios que confirmarían la OSH se eliminasen finalmente los cenobios portugueses o italianos, pero no aquellos pertenecientes a la corona de Aragón.
La exclusión de los monasterios franceses resulta aún más
reveladora al respecto pues – más allá de la supuesta lejanía – estos se encontraban
bajo el patrocinio de Luis II de Anjou, el rival más fuerte de Fernando en la
lucha por el trono aragonés y, en última instancia, el gran perdedor del
compromiso de Caspe (otra cosa bien diferente hubiese sucedido de haber llegado
al trono Luis de Anjou, pues entre sus propuestas para intentar acceder al
trono se encontraba la de anexionar sus propiedades, entre ellas el condado de
Provenza, a la corona aragonesa.
Con respecto a los movimientos jerónimos en Italia, Ángel Fuentes Ortiz afirma que, “coincidiendo con el nacimiento de los ermitaños jerónimos en los reinos de Castilla y Aragón, no parece casual que surgiesen varias comunidades en Italia siguiendo unos mismos preceptos y bajo la misma advocación: los girolamini. Veamos aquí los principales, deteniéndonos en los Pobres Eremitas de san Jerónimo, de quienes, gracias a la investigación de la Dra. Mónica Bocchetta, poseemos información más detallada. Me parece importante detenernos a repasar los principales datos de su larga historia y su importancia, puesto que los jerónimos castellanos pretendieron siempre que “fuera de España no hubo jerónimos”, lo cual se demuestra aquí que no se ajusta a los hechos:
1)Orden de Santa María del Santo Sepulcro (1313); monasterio del cual recibieron en 1373 los jerónimos castellanos las constituciones y hábito, y que se regía por la regla de san Agustín.
2)Congregación de ermitaños de san Jerónimo de Fiésole, fundada en 1360 por el beato Carlos de Montegranelli.
El Dr. Ángel Fuentes Ortiz recoge el relato del sacerdote Giuseppe María Brocchi (fallecido en 1751), en que se ofrece un sugerente relato que explicaría el temprano final de la orden de Santa María del Santo Sepulcro frente a las otras: “Existía entre estos monjes de San Jerónimo y los de Fiésole, a causa de su nombre de Jerónimos, una estrechísima amistad sentida por ambas partes; siendo diferentes, sin embargo, las reglas que profesaban. Porque los de Campora (Santa María del santo Sepulcro) empezaron pronto a ser propietarios mientras que los de Fiésole vivieron en sus inicios en extrema pobreza y también gracias las limosnas, llamándose los frailes eremitas de san Jerónimo y los otros llamándose monjes, como aparece en las escrituras públicas de esos tiempos”. El hecho de que Brocchi calificase a los integrantes de la Orden de Santa María del Santo Sepulcro de “monjes” frente a los “frailes” de la orden de san Jerónimo de Fiésole, podría indicar que la mayor parte de las comunidades de girolamini surgidas en la segunda mitad del siglo XIV habrían sobrevivido, al menos en su etapa primitiva, mediante un cierto modo de vida mendicante.
3)Orden Hospitalaria de Clérigos Apostólicos de san Jerónimo, fundada en 1367 por el beato Juan de Colombini de Siena (popularmente conocidos como Jesuatos). Al parecer, hubo religiosas Jesuatas ya en el siglo XIV, como se afirma en la obra del s. XVIII “Compendio della storia degli ordini Regolari esistenti ...” (pág 343).
4)Los Pobres Eremitas de San Jerónimo, fundados en 1377, conocidos también como girolamini de Pietro Gambacorta de Pisa. Afirma Sánchez Herrero (1992) que “el Ordo Fratrum Heremitarum Sancti Hieronymi, cuyo primer convento erigía, en 1380, el beato Pedro Gambacorta de Pisa en la villa de Montebello, cerca de Urbino, fue englobando numerosas agrupaciones de ermitaños, extendiéndose por toda Italia, Béligca, Hungría, Austria y Alemania (pág 65). Se fusionaron con terciarios franciscanos y absorbieron a los de Fiésole en el último tercio del XIV.
Explica la Dra. Mónica Bocchetta que “siguiendo las líneas de la historiografía girolamina, para abordar los orígenes del movimiento, debemos mirar primero la experiencia personal del pisano Pietro Gambacorta (ca. 1355- 1435) quien, animado por un profundo deseo de llevar una vida eremítica, fundó la comunidad de la Santísima Trinidad de Montebello en el monte Cessana, no lejos de Urbino, en 1380. Aquí, con algunos seguidores (la tradición cuenta doce según un conocido cliché hagiográfico), la pequeña comunidad de pauperes eremitae solicitó y obtuvo la aprobación del obispo de Urbino, Ottone Colonna (el futuro Martín V) en 1380. La elección del lugar en la zona de Urbino se produjo después de un viaje que llevó al Beato Pedro a detenerse en las ermitas de Santa María del Santo Sepulcro, cerca de Florencia, y luego en Vallombrosa, Camaldoli y La Verna. Siguiendo una práctica consolidada que sometía al Ordinario diocesano la competencia sobre la formae vitae no institucionalizada (es decir, la no observancia de normas aprobadas), los primeros ermitaños obtuvieron del obispo la certificación de su ortodoxia, evitando así que la nueva comunidad fuera calificada de fratricelli, término utilizado para designar a las comunidades no ortodoxas condenadas explícitamente por la autoridad pontificia.
En la delicada situación del Cisma de Occidente (1378-1417), las elecciones personales de Pietro Gambacorta se insertaron en un contexto animado por peticiones de renovación que dieron lugar a experiencias eremitas difundidas en amplias zonas de Italia y de Europa, con algunas de las cuales pronto entraron en contacto, como los hermanos de Montebello. Junto al de Gambacorta se encuentran también los nombres de los promotores de los movimientos ermitaños italianos, como Angelo di Corsica, Beltrame (o Beltramo) de Ferrara y Nicola da Forca Palena, entre quienes - como observa Antonio Samaritani - también se establecieron fuertes relaciones personales que con el paso del tiempo evolucionaron de las simples afinidades al intercambio de intenciones y, finalmente, a la unión de sus movimientos. Pero en el origen de la Congregación también contribuyeron otros protagonistas, como los obispos o los papas y, a su pesar, la Orden de Frailes Menores que, desencadenando un litigio decisivo con la sociedad de los ermitaños pobres, decretó su primera institucionalización.
El casus belli fue la unión de los pisanos con las comunidades de los ermitaños pobres del terciario franciscano Ángel de Córcega, que Gregorio XII en 1410 reconoció como societas [eremitarum] fr. Angeli y fr. Petri de Pisis. Sobre esta nueva estructura la Orden Franciscana reclamó el derecho de ejercer jurisdicción tanto espiritual como material al menos para las fundaciones claramente fundadas por Angelo como terciario franciscano. Al principio, se intentó salir del punto muerto - como subraya Gabriele Andreozzi - haciendo desaparecer de los documentos cualquier referencia al Ángel de Córcega, pero sólo después del Concilio de Constanza (1414-1417) y la elección de Martín V , la autoridad pontificia restablecida en la plenitud de sus poderes logró poner orden en la cuestión. El nuevo pontífice fue bastante generoso con los pobres ermitaños de Gambacorta, a quienes también había tenido oportunidad de conocer cuando aprobó la primera forma vitae de la ermita de Montebello, y en 1421 les concedió la exención de la jurisdicción y control de los inquisidores (que en la Marca Anconitana y Tuscia eran exponentes de los Menores), afirmando la sumisión directa al pontífice y al obispo local.
La generosidad de Martín V, según Mónica Boccheta, escondía en realidad un plan de reorganización que se hizo evidente unos años más tarde, cuando en 1428, retomando el plan inacabado de Gregorio XI, abogó por una gran unión de todos los movimientos ermitaños inspirados por San Jerónimo. Pero, al igual que su predecesor, los planes de Martín V tampoco tuvieron éxito y encontraron una fuerte resistencia por parte de los mismos ermitaños cuestionados (p. 27). Es fundamental recordar para el futuro esta cuestión, clave para comprender las actitudes de Martín V hacia la orden monástica fundada por fray Lope de Olmedo en 1424 en su turbulenta relación con la Orden de san Jerónimo.
Resulta interesante reseñar brevemente, para concluir, la
evolución de los Pobres Eremitas de San Jerónimo fundados por Gambacorta: los
ermitaños jerónimos pasaron de ser una simple sociedad de eremitas pobres a
convertirse en congregación bajo el pontificado de Eugenio IV, quien ya en 1432
había resuelto la disputa con los Franciscanos Menores por los cinco conventos
fundados por Angelo di Angelo a favor de Gambacorta y sus societas Córcega. El
mismo pontífice concedió luego a los pobres ermitaños en 1440 la posibilidad de
obtener órdenes sagradas y de poder reunirse anualmente en capítulo para
discutir sus cuestiones; para ello aprobó el primer texto reglamentario (1444,
Memoriale de los pobres hermiti de frate Pietro da Pisa); y en 1446 unió a la
Congregación los conventos fundados por Nicola da Forca Palena, incluida la
importante sede romana.
Siguiendo en este desarrollo a la Dra. Mónica Bocchetta, puede afirmarse que “se desconocen los detalles de la relación con los ambientes eremitas españoles, de donde procedieron algunas de las primeras figuras importantes de la Orden en Nápoles y Pesaro”. La historia es confusa durante un siglo, hasta el Concilio de Trento, cuando los ermitaños modificaron sustancialmente su fisonomía institucional, ya que fueron llamados, como las demás familias regulares, a convertirse en el punto de avanzada de la defensa de la ortodoxia católica europea. Esto llevó a los seguidores de Gambacorta, entre 1568 y 1569, a adherirse a una regla real, la de san Agustín, y a aceptar la profesión de votos solemnes al ingresar a la vida religiosa, a lo que siguió la asunción de la estructura legal de la orden mendicante. De esta manera se cumplió la última metamorfosis del movimiento iniciado por Gambacorta poco menos de dos siglos antes. Con altos y bajos, la congregación existió hasta 1933, año en que fue suprimida.
Publicado en InfoVaticana el 18/08/2024.
El Dr. Josemaría Revuelta Somalo daba a conocer en 1982 la existencia de una bula, fechada el 13 de febrero de 1375, que otorgaba a petición de Pedro Pecha la facultad de fundar cuatro monasterios nuevos, a saber, dos en Castilla y 2 en Portugal (Revuelta, 1982: 258). Esto ha de tomarse como un indicativo implícito de que las 4 fundaciones concedidas por la bula de 1373 habrían sido ya realizadas – Lupiana, La Sisla, Guisando y Aniago-. Esta bula, emitida por Gregorio XI, estaba dirigida a los abades de Alcobaça, Santa Cruz de Coimbra y San Vicente de Lisboa, destinatarios a los que se conminaba a apoyar las fundaciones eventualmente efectuadas por la Orden en Portugal. Este documento ha de ponerse en relación – indica Fuentes Ortiz - con la donación efectuada por Fernando I en 1378 de sus “paaços (palacios) de Friellas” a un tal Lourenço Eanes, para que éste edificase en ellos “hum moesteiro da dita orden de sam Geronymo”, la cual “ora nuevamente foe edificada pollo papa Gregorio XI” (Dias dos Santos, 1977: 6; Freitas Carvalho, 1984: 80). Dicha donación se realizaba únicamente a cambio de rezar por las almas de los reyes y de sus ancestros – la misma fórmula había utilizado la reina Juana Manuel para Aniago sólo un año antes.
Siguiendo textualmente a Fuentes Ortiz, se puede afirmar que “aunque no han aparecido hasta la fecha más documentos que avalen la existencia de este convento, tanto la bula previa de Gregorio XI, como los evidentes paralelismos con la malograda fundación de Aniago, dan a entender que muy posiblemente en Frielas hubo un efímero monasterio jerónimo antes de la llegada de fray Vasco a Portugal. Un convento de orígenes castellanos pero que sería favorecido directamente por la monarquía portuguesa (pág. 39). Sin embargo, no debió durar mucho la comunidad jerónima en los palacios de Fernando I, pues consta que en 1384 el lugar de Frielas pasó a manos de Nuno Alvares de Pereira. Las siguientes fundaciones, Penha Longa y Mato, llegarían ya a finales de siglo y bajo una bula propia que las diferenciaba de sus homónimas de Castilla y Aragón”. ¿Por qué no triunfó la expansión de la OSH proyectada por Pedro Pecha en Portugal?, se pregunta el autor; para responder que, “con toda probabilidad, debido a las ya mencionadas tensiones políticas y religiosas que afectaban a la Península Ibérica en las postrimerías del XIV.
Con respecto a otras fundaciones jerónimas fuera de los territorios de las Coronas de Castilla y Aragón en las primeras décadas tras la recepción de la bula Sane Petitio en 1373, es muy curiosa también la escurridiza presencia de los jerónimos en Francia, en palabras de Fuentes Ortiz. Explica este autor que, “a pesar de lo que pudiera parecer, por el escasísimo impacto que ha tenido en la bibliografía hasta la fecha, la existencia de monasterios jerónimos en Francia no pasó del todo desapercibida por los cronistas de la Orden. Debemos a fray Pedro de la Vega la primera noticia que generó cierta repercusión en las crónicas sobre estas casas extranjeras. Una referencia que salvó a dichos monasterios del olvido, pero que el propio narrador reconoce haber evocado “de memoria”. Fue a la hora de plasmar la biografía de un destacado monje, Pedro Belloch, cuando el Padre de la Vega introdujo el siguiente testimonio: “Este sancto varón (si la memoria de lo que leí en otro tiempo no me engaña) recibió el hábito en su tierra en el monesterio de la orden que esta cerca de Cisteron en la Proe(n)cia. Y de allí vino a España (Vega, 1534: 33r). José de Sigüenza recogió el testigo cronístico de Pedro de la Vega, y a sus palabras añadió algunos datos obtenidos de los capítulos generales sexto y octavo, además de una conclusión sobre su origen que, sin resultar descabellada, a la luz de los nuevos argumentos presentados en el trabajo de Fuentes Ortiz se presenta cuando menos discutible: ´Siempre creo que tuvieron los monasterios (franceses) de la OSH principio en don Alfonso Pecha, obispo de Jaén, que edificó un convento en Génova. Ni puedo hallar otra razón de fundación de estas casas, ni en los archivos de esta religión se descubre otra cosa´ (Sigüenza, 2000: 295).
Pero parece poco probable que la comunidad genovesa de Quarto, que apenas subsistió cinco años y se extinguió por puro agotamiento, pudiese haber servido de cantera para otros monasterios. Entonces, ¿cuáles fueron estos monasterios franceses y qué relación les unió a sus homólogos hispanos? Elías Tormo aseguró en su Discurso que la OSH aceptó “la filiación de una casa de Languedoc… pero tan a trasmano que la fue dejando enseguida” (Tormo, 1919: 30). Parece confirmar esta historia el Padre Sigüenza, quien señala brevemente que, por estar el monasterio tan apartado, éste hubo de ser encomendado a la cartuja de Villeneuve-lez-Avignon junto a la ciudad Papal. Pero a partir de aquí, la historiografía jerónima llega de nuevo a una vía muerta, por lo que hemos de acudir a fuentes francesas ajenas a la Orden (pág. 40). El relato de los abades Edouard Laplane y Auguste Andrieu asegura que el origen de las comunidades jerónimas francesas se remontaba hasta Simón de Vapinçon, un personaje oriundo de la ciudad de Gap (Hautes Alpes) que construyó en las postrimerías del XIV una ermita en las cercanas montañas de Curbans (Andrieu, 1924-25: 66; Laplane, 1843: 272-273). Afirmaba el abad Andrieu que el 3 de septiembre de 1393 le fue entregada a dicho anacoreta una parte del dominio de Pin, y que sus benefactores le prometieron muchas más riquezas si convertía su eremitorio en una casa de la OSH. Siguiendo dicho consejo, el grupo de ermitaños fundadores – a Simón se habían sumado otros 4 – remitió una petición a Benedicto XIII, el cual contestó finalmente en 1396 a través de una bula, mediante la cual quedaban incorporados los eremitas de Curbans a la OSH, siendo además nombrado prior de Notre-Dame-du-Pin fray Gonzalo de Compostela (Gondisarve de Compostelle). Parece que los jerónimos de Notre-Dame-du-Pin contaron con la protección de importantes personajes como el duque de Anjou Luis II (1377-1417), su hijo Luis III (1403-1434) o el obispo Geoffroy Dufort (dep 1436). Éste último sería el responsable de la donación de la casa de Le Gaure, que en poco tiempo se convertiría en el segundo monasterio de la comunidad en Francia, gracias al patrocinio de los habitantes de la cercana ciudad de Sisterón (Andrieu, 1924-25: 140).
Nos estamos adelantando a los acontecimientos clave de 1389, pero es necesario para mantener la coherencia del relato de las fundaciones en territorio francés. A este respecto, prosigue Fuentes Ortiz, “a tenor de lo expuesto hasta ahora cabe señalar hacia las dos fundaciones jerónimas francesas como las únicas que cosecharon un cierto éxito fuera de las fronteras peninsulares y, desde luego, como las únicas que se mantuvieron lo suficiente en el tiempo como para dejar una huella en la sociedad de su época (hacia 1425 aún se habla de su importante cabaña ganadera, mencionada por Edouard de Laplane a propósito de las quejas de los habitantes de la ciudad ante la expansión del ganado de los jerónimos de Le Gaure en 1425. Volviendo a la cuestión inicial, no debemos pasar por alto un hecho básico, y es que ambos monasterios fueron fundados en tiempos del Cisma bajo la obediencia aviñonesa (p. 42). Esta circunstancia, que a priori podría favorecer su vinculación a los jerónimos castellanos (de hecho, Sigüenza habla de que los cenobios eran visitados de vez en cuando “para que se conservase en la forma nuestra religión”. Sigüenza, 2000: 376-377), impediría sin duda, al contrario de lo que proponía el cronista, que sus integrantes proviniesen del círculo romanista de Alfonso Fernández Pecha.
Si leemos entre líneas, argumenta Fuentes Ortiz, descubriremos que bajo la afirmación del Padre Sigüenza tal vez subyaga algo de verdad: y es que a la vista de los hechos todo nos lleva a pensar que los jerónimos no quisieron que su orden saliese de los reinos hispanos (p. 42). La prueba de ello la tenemos en el primer Capítulo General (1415), que constituía a la Orden en “regular” y “exenta”, y que fue celebrado en el monasterio de Guadalupe en 1415. A él se invitó a todos los monasterios que los jerónimos consideraban potencialmente “canónicos” (Sigüenza, 2000: 345-346), admitiendo en la lista incluso a algunos de escasa trayectoria y entidad como San Jerónimo de Corral Rubio (Toledo), que sería suprimido tan solo 3 años después (Revuelta, 1982: 164). Entre los 25 elegidos, sin embargo, no se encontraba ningún cenobio italiano, portugués o francés. Pero lo más interesante, en palabras de Fuentes Ortiz, es que, “con toda seguridad, dicha decisión no se encontraba sólo en manos de los jerónimos” (p. 43). Baste recordar en este sentido que apenas tres años antes del primer Capítulo General, la dinastía Trastámara había llegado hasta el trono aragonés (Fernando I, 1412). En este contexto no puede sorprender que de la lista definitiva de monasterios que confirmarían la OSH se eliminasen finalmente los cenobios portugueses o italianos, pero no aquellos pertenecientes a la corona de Aragón.
Con respecto a los movimientos jerónimos en Italia, Ángel Fuentes Ortiz afirma que, “coincidiendo con el nacimiento de los ermitaños jerónimos en los reinos de Castilla y Aragón, no parece casual que surgiesen varias comunidades en Italia siguiendo unos mismos preceptos y bajo la misma advocación: los girolamini. Veamos aquí los principales, deteniéndonos en los Pobres Eremitas de san Jerónimo, de quienes, gracias a la investigación de la Dra. Mónica Bocchetta, poseemos información más detallada. Me parece importante detenernos a repasar los principales datos de su larga historia y su importancia, puesto que los jerónimos castellanos pretendieron siempre que “fuera de España no hubo jerónimos”, lo cual se demuestra aquí que no se ajusta a los hechos:
1)Orden de Santa María del Santo Sepulcro (1313); monasterio del cual recibieron en 1373 los jerónimos castellanos las constituciones y hábito, y que se regía por la regla de san Agustín.
2)Congregación de ermitaños de san Jerónimo de Fiésole, fundada en 1360 por el beato Carlos de Montegranelli.
El Dr. Ángel Fuentes Ortiz recoge el relato del sacerdote Giuseppe María Brocchi (fallecido en 1751), en que se ofrece un sugerente relato que explicaría el temprano final de la orden de Santa María del Santo Sepulcro frente a las otras: “Existía entre estos monjes de San Jerónimo y los de Fiésole, a causa de su nombre de Jerónimos, una estrechísima amistad sentida por ambas partes; siendo diferentes, sin embargo, las reglas que profesaban. Porque los de Campora (Santa María del santo Sepulcro) empezaron pronto a ser propietarios mientras que los de Fiésole vivieron en sus inicios en extrema pobreza y también gracias las limosnas, llamándose los frailes eremitas de san Jerónimo y los otros llamándose monjes, como aparece en las escrituras públicas de esos tiempos”. El hecho de que Brocchi calificase a los integrantes de la Orden de Santa María del Santo Sepulcro de “monjes” frente a los “frailes” de la orden de san Jerónimo de Fiésole, podría indicar que la mayor parte de las comunidades de girolamini surgidas en la segunda mitad del siglo XIV habrían sobrevivido, al menos en su etapa primitiva, mediante un cierto modo de vida mendicante.
3)Orden Hospitalaria de Clérigos Apostólicos de san Jerónimo, fundada en 1367 por el beato Juan de Colombini de Siena (popularmente conocidos como Jesuatos). Al parecer, hubo religiosas Jesuatas ya en el siglo XIV, como se afirma en la obra del s. XVIII “Compendio della storia degli ordini Regolari esistenti ...” (pág 343).
4)Los Pobres Eremitas de San Jerónimo, fundados en 1377, conocidos también como girolamini de Pietro Gambacorta de Pisa. Afirma Sánchez Herrero (1992) que “el Ordo Fratrum Heremitarum Sancti Hieronymi, cuyo primer convento erigía, en 1380, el beato Pedro Gambacorta de Pisa en la villa de Montebello, cerca de Urbino, fue englobando numerosas agrupaciones de ermitaños, extendiéndose por toda Italia, Béligca, Hungría, Austria y Alemania (pág 65). Se fusionaron con terciarios franciscanos y absorbieron a los de Fiésole en el último tercio del XIV.
Explica la Dra. Mónica Bocchetta que “siguiendo las líneas de la historiografía girolamina, para abordar los orígenes del movimiento, debemos mirar primero la experiencia personal del pisano Pietro Gambacorta (ca. 1355- 1435) quien, animado por un profundo deseo de llevar una vida eremítica, fundó la comunidad de la Santísima Trinidad de Montebello en el monte Cessana, no lejos de Urbino, en 1380. Aquí, con algunos seguidores (la tradición cuenta doce según un conocido cliché hagiográfico), la pequeña comunidad de pauperes eremitae solicitó y obtuvo la aprobación del obispo de Urbino, Ottone Colonna (el futuro Martín V) en 1380. La elección del lugar en la zona de Urbino se produjo después de un viaje que llevó al Beato Pedro a detenerse en las ermitas de Santa María del Santo Sepulcro, cerca de Florencia, y luego en Vallombrosa, Camaldoli y La Verna. Siguiendo una práctica consolidada que sometía al Ordinario diocesano la competencia sobre la formae vitae no institucionalizada (es decir, la no observancia de normas aprobadas), los primeros ermitaños obtuvieron del obispo la certificación de su ortodoxia, evitando así que la nueva comunidad fuera calificada de fratricelli, término utilizado para designar a las comunidades no ortodoxas condenadas explícitamente por la autoridad pontificia.
En la delicada situación del Cisma de Occidente (1378-1417), las elecciones personales de Pietro Gambacorta se insertaron en un contexto animado por peticiones de renovación que dieron lugar a experiencias eremitas difundidas en amplias zonas de Italia y de Europa, con algunas de las cuales pronto entraron en contacto, como los hermanos de Montebello. Junto al de Gambacorta se encuentran también los nombres de los promotores de los movimientos ermitaños italianos, como Angelo di Corsica, Beltrame (o Beltramo) de Ferrara y Nicola da Forca Palena, entre quienes - como observa Antonio Samaritani - también se establecieron fuertes relaciones personales que con el paso del tiempo evolucionaron de las simples afinidades al intercambio de intenciones y, finalmente, a la unión de sus movimientos. Pero en el origen de la Congregación también contribuyeron otros protagonistas, como los obispos o los papas y, a su pesar, la Orden de Frailes Menores que, desencadenando un litigio decisivo con la sociedad de los ermitaños pobres, decretó su primera institucionalización.
El casus belli fue la unión de los pisanos con las comunidades de los ermitaños pobres del terciario franciscano Ángel de Córcega, que Gregorio XII en 1410 reconoció como societas [eremitarum] fr. Angeli y fr. Petri de Pisis. Sobre esta nueva estructura la Orden Franciscana reclamó el derecho de ejercer jurisdicción tanto espiritual como material al menos para las fundaciones claramente fundadas por Angelo como terciario franciscano. Al principio, se intentó salir del punto muerto - como subraya Gabriele Andreozzi - haciendo desaparecer de los documentos cualquier referencia al Ángel de Córcega, pero sólo después del Concilio de Constanza (1414-1417) y la elección de Martín V , la autoridad pontificia restablecida en la plenitud de sus poderes logró poner orden en la cuestión. El nuevo pontífice fue bastante generoso con los pobres ermitaños de Gambacorta, a quienes también había tenido oportunidad de conocer cuando aprobó la primera forma vitae de la ermita de Montebello, y en 1421 les concedió la exención de la jurisdicción y control de los inquisidores (que en la Marca Anconitana y Tuscia eran exponentes de los Menores), afirmando la sumisión directa al pontífice y al obispo local.
La generosidad de Martín V, según Mónica Boccheta, escondía en realidad un plan de reorganización que se hizo evidente unos años más tarde, cuando en 1428, retomando el plan inacabado de Gregorio XI, abogó por una gran unión de todos los movimientos ermitaños inspirados por San Jerónimo. Pero, al igual que su predecesor, los planes de Martín V tampoco tuvieron éxito y encontraron una fuerte resistencia por parte de los mismos ermitaños cuestionados (p. 27). Es fundamental recordar para el futuro esta cuestión, clave para comprender las actitudes de Martín V hacia la orden monástica fundada por fray Lope de Olmedo en 1424 en su turbulenta relación con la Orden de san Jerónimo.
Siguiendo en este desarrollo a la Dra. Mónica Bocchetta, puede afirmarse que “se desconocen los detalles de la relación con los ambientes eremitas españoles, de donde procedieron algunas de las primeras figuras importantes de la Orden en Nápoles y Pesaro”. La historia es confusa durante un siglo, hasta el Concilio de Trento, cuando los ermitaños modificaron sustancialmente su fisonomía institucional, ya que fueron llamados, como las demás familias regulares, a convertirse en el punto de avanzada de la defensa de la ortodoxia católica europea. Esto llevó a los seguidores de Gambacorta, entre 1568 y 1569, a adherirse a una regla real, la de san Agustín, y a aceptar la profesión de votos solemnes al ingresar a la vida religiosa, a lo que siguió la asunción de la estructura legal de la orden mendicante. De esta manera se cumplió la última metamorfosis del movimiento iniciado por Gambacorta poco menos de dos siglos antes. Con altos y bajos, la congregación existió hasta 1933, año en que fue suprimida.
Publicado en InfoVaticana el 18/08/2024.
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