Estudiamos en detalle en la anterior entrega cómo las
bulas otorgadas por el papa Gregorio XI a los ermitaños jerónimos de las Corona
Castilla (1373) y Aragón (1374), que habían acudido a Aviñón por separado para
institucionalizarse, ante las sospechas de heterodoxia, les permitían continuar
en la vida eremítica o solitaria, sustentándose de las limosnas de los fieles,
con la regla de san Agustín (…), en
hábito según el rito, constituciones, ceremonias y observancias de los hermanos
del monasterio de Santa María del Santo Sepulcro, en
Florencia, de la orden del mismo San Agustín. Retengamos estos dos datos
fundamentales: el de los jerónimos viviendo según la regla de san Agustín y a
la manera del monasterio de santa María del Santo Sepulcro, porque habrán de
volver a aparecer.
En este recorrido histórico, vamos a seguir
principalmente el itinerario cronológico de los ermitaños jerónimos
castellanos, que se encontrará con el de los aragoneses en 1414, cuando quede
canónicamente fundada la Orden de San Jerónimo como orden monástica
centralizada y exenta de la autoridad de los obispos diocesanos.
Vimos en la anterior entrega cómo la bula de Gregorio XI había
concedido a los ermitaños fundar cuatro monasterios. Enrique Llopis indica que,
al autorizar el pontífice a los peticionarios el sustentarse de las limosnas de
los fieles, es probable que los primeros monasterios jerónimos, al menos en sus
albores, tuviesen economías bastante modestas y que las limosnas constituyesen
una parte de sus ingresos; lo mismo afirma José Sánchez Herrero (para
referencias bibliográficas, consultar la entrada anterior, https://infovaticana.com/2024/07/28/antecedentes-historicos-de-la-orden-de-san-jeronimo/). En 1389, los
jerónimos se hicieron cargo del Monasterio de Guadalupe, que habría de
convertirse no sólo en el experimento más exitoso de la recién creada Orden de
San Jerónimo, sino también en el priorato más rico de toda Castilla (Llopis,
2008, p. 32). Sería imposible entender la evolución de los jerónimos sin
profundizar en el cambio de paradigma que constituyó la experiencia monástica
guadalupense. Vamos aquí a ver, por una parte, en detalle, algunos temas
específicos fundamentales que se desprenden de los hechos históricos narrados pertenecientes
al periodo 1360 - 1373, necesarios para comprender el carisma inicial de la OSH
y su evolución; y, por otra parte, el desarrollo de estos monasterios jerónimos
castellanos desde 1373 a 1389. Por su extensión, dividiremos la exposición en
dos partes (la segunda de las cuales, por la misma razón, expondremos en dos
entregas distintas).
Comenzamos con los temas específicos
derivados de los hechos históricos narrados para el periodo 1360 – 1373,
fundamentales al considerar la evolución posterior.
1.- LOS JERÓNIMOS: DE ERMITAÑOS A ¿CENOBITAS? ¿MONJES O
FRAILES?
Podemos pues ver aquí varias cuestiones importantes: tras
recibir la bula de Gregorio XI en 1373, los ermitaños pasan a vivir en cenobios
pero, ¿podemos definir a los jerónimos como cenobitas en estas primeras
décadas? Son, en todo caso, ermitaños
que viven en cenobios, según indica el nombre por el cual la bula
fundacional permite llamarlos. Por otra parte, desde sus orígenes mendicantes,
se produce una rápida evolución hacia repartir su tiempo entre el trabajo y la
oración, según el modo de vida monástico atribuido a san Benito, ora et labora,
pero ya practicado desde los primeros siglos del monacato en Egipto. En el caso
de los jerónimos se observa un énfasis específico en la lectura bíblica, la
mayor herencia de la espiritualidad de San Jerónimo junto con, como veremos, la
alabanza divina. Pero ambos aspectos son fruto de una evolución, y no se
hallaban presentes en los orígenes ermitaños y mendicantes. Éste es, pues, uno
de los primeros grandes cambios dentro de la naciente OSH: la constitución de la Orden monástica de San Jerónimo. Afirma Jaume
Riera: "los frailes jerónimos del siglo XIV representan el perfil de unos
ermitaños que, sin abandonar la condición de anacoretas, pasan a vivir en
comunidad según una regla aprobada, sometidos a un superior inmediato (…). El
papa sugería (suademus) en la bula a los ermitaños que adoptasen la regla de
san Agustín, como Santa María de Santo Sepulcro. Les concedía poder denominarse
frailes ermitaños de San Jerónimo (fratres
heremite sancti jeronimi). Highfield lo
resume en las siguientes palabras: “los jerónimos seguirían siendo una orden contemplativa de ermitaños”.
Según afirma Enrique Llopis, la decidida apuesta por una
vida cenobítica alejada de la mendicidad revela la propia evolución de las
ideas del grupo de anacoretas, concretamente la pérdida de influencia en él de
las propuestas del movimiento espiritual italiano acerca de la práctica de la
pobreza y de la conservación de la vida eremítica, así como la fuerte
ascendencia de Fernando Yáñez y Pedro Fernández Pecha sobres sus compañeros de desierto”. Elisa Ruiz menciona que “en
el preámbulo de la bula Gregorio XI se muestra conocedor de los deseos de los
eremitas de cambiar de género de vida, esto es, adoptar un régimen cenobítico”.
Enrique Llopis y Elisa Ruiz inciden en
este carácter híbrido, en la ambigüedad de los valores y la heterogeneidad de
estos protojerónimos como fuente de
conflictos que estallarán en diversos momentos a lo largo de las primeras
décadas de existencia de la Orden. Llopis asevera que “los especialistas
coinciden en que la Orden jerónima, una vez constituida, no tardó en relajarse,
sobre todo a raíz de hacerse cargo del santuario de Guadalupe. Su vocación
eremítica fue poco a poco abandonándose, lo que se refleja en la localización
de sus nuevos monasterios, mayoritariamente emplazados cerca de sus bienhechores
y patronos, perdiendo énfasis el yermo como
lugar “natural” del monje. En sus
comienzos, muchos de los religiosos de Guadalupe no pasaron de hermanos legos,
sin querer ordenarse, y vivieron entregados a oficios manuales (Sánchez
Herrero). Américo Castro (citado por Sánchez Herrero, p. 76) afirma que
"estos legos, sin obligación sacerdotal, serían como un eco de la piedad
libre y laboriosa de los begardos, aunque ya incluidos en el marco de una orden
cuidadosamente establecida".
2.-DE LA ESPIRITUALIDAD INICIAL FRANCISCANA E INSPIRACIÓN
DE SAN JERÓNIMO ERMITAÑO A UNA ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA DEFINIDA POR EL OFICIO
DIVINO
Según afirma José Sánchez Herrero, “la inspiración de los
grupos de anacoretas en la segunda mitad del siglo XIV, también la de los
jerónimos, es franciscana; habla de “una nueva espiritualidad y de una nueva
devoción cristiana en torno a Cristo: el Cristo hombre en todos sus aspectos, y
un cristianismo más puro y espiritual, más personal, íntimo, libre”. Este
historiador considera que los primeros fundadores, una vez se unieron a los
ermitaños de El Castañar a partir de 1366 Pedro Fernández Pecha y Fernando
Yáñez de Figueroa, quisieron dar una dirección a la naciente Orden como la de
una reunión de hombres laicos (no clérigos, aunque hay desde el comienzo
clérigos) devotos, eremitas, que buscan a Cristo, en una imitación auténtica,
descarnada, ascética, penitente, a un Cristo hombre, sin olvidar su divinidad”.
Dice Américo Castro que “los primitivos jerónimos se
hallaban en la senda de la Imitatio
Christi y, dentro de la ortodoxia, llevaron lejos la actitud emotiva,
independiente y mística, olvidados de cualquier dialéctico intelectualismo” (“Aspectos del vivir hispánico”, 1970); y prosigue afirmando que “en este intimismo y espiritualidad modernas, en
esta religiosidad más emotiva que intelectual, personal y libre, alejada de la
oficial y reglada, volcados en la liturgia solemne, hay una presencia de
hebraísmo”, pues a los jerónimos se acogían muchos conversos, hecho que derivó
a partir de finales del s. XV en serios conflictos dentro de la Orden.
Al mismo tiempo, como indica Lorenzo Alcina, la devoción
a San Jerónimo había florecido extraordinariamente a lo largo del siglo XIV, y
fueron muchos y variados hombres deseosos de una vida espiritual intensa
inclinados a una vida eremítica y penitente quienes le escogieron como modelo.
De este modo se fue formando una poderosa corriente jeronimiana que cuajó en la
fundación de varias corporaciones religiosas, una de las cuales, pero no la
única, fue la Orden de San Jerónimo en la Península Ibérica.
Se ve por tanto aquí la complejidad espiritual en los
orígenes de la OSH de la que habló Lorenzo Alcina en su artículo publicado en 1964
en la revista Yermo y que sigue siendo una referencia: Alcina lo condensa
perfectamente denominando a este fenómeno una “efervescencia jeronimiana” de
orígenes modestos e improvisados, con reformas y reestructuraciones, casi
siempre al principio bajo la regla franciscana para terminar militando bajo la
de san Agustín, pero buscando anhelosamente la imitación de san Jerónimo, según
la imagen que de él representaba la hagiografía de la época: el solitario
penitente en el desierto del Calcis”. “Muchos de ellos jamás vieron ni leyeron
letra de las obras de san Jerónimo”, como afirma el cronista fray José de Sigüenza.
Éste es otro dato muy relevante a tener en cuenta cuando tratemos de la reforma
propuesta por fray Lope de Olmedo: los nuevos jerónimos no conocían la obra de
San Jerónimo, sino solamente su imagen de ermitaño penitente.
A partir de la incorporación del Santuario de Guadalupe a
los jerónimos en 1389, afirma Sánchez Herrero que fue Fernando Yáñez de
Figueroa (de Cáceres, en su nombre como religioso), primer prior de Guadalupe
que había sido canónigo de Toledo antes de unirse a los ermitaños de El
Castañar, quien implementó plenamente la vida cenobítica a la OSH y concedió el
primer puesto con toda magnanimidad al culto divino. “El culto solemne, el
cuidado extremado del canto de las Horas del Oficio Divino en el coro se
convirtió en el nuevo y fundamental elemento de la espiritualidad de los
jerónimos”. Ya a principios del siglo XV, los historiadores definen la
espiritualidad de la Orden como “litúrgica” debido a las ocho horas diarias que
los monjes dedicaban al rezo coral del Oficio Divino. Esta gran dedicación al
Oficio coral es también una evolución, reflejada en las primeras Constituciones
de la Orden, elaboradas en 1415.
3.-SAN JERÓNIMO Y LA ORDEN DE SAN JERÓNIMO
Del hecho de que consideremos a Fray Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez
de Figueroa (junto a Fray Vasco de Portugal, según José Adriano de Freitas
Carvalho) fundadores de la Orden de San Jerónimo en el siglo XIV se desprende
que la historiografía no ha considerado
que la Orden, de origen medieval, pudiera considerarse fundada por el mismo San
Jerónimo. Y ésta es una cuestión muy importante en la identidad de la Orden de San Jerónimo: el hecho de que San Jerónimo es inspirador de la Orden de
San Jerónimo, pero no su fundador propiamente dicho, puesto que las
fundaciones monásticas de San Jerónimo en Belén en el siglo IV (386) se
extinguieron en algún momento no demasiado lejano a su muerte (419/20).
Dijimos ya, siguiendo a Lorenzo Alcina, que la espiritualidad
inicial de los ermitaños jerónimos fue franciscana, para terminar militando
bajo la de san Agustín, pero buscando anhelosamente la imitación de san
Jerónimo, según la imagen que de él representaba la hagiografía de la época: el
solitario penitente en el desierto del Calcis”. Fray Antonio de Lugo,
en su artículo El monacato sui generis de
los jerónimos publicado en la revista Cistercium
119 de 1970 escribe, siguiendo a fray José de Sigüenza, que “no obstante los
buenos deseos de los ermitaños de seguir los pasos de Jerónimo, jamás pretendieron, y así lo han declarado
después repetidas veces, que los monasterios de la Orden reprodujeran
exactamente el estilo del monasterio betlemita; ni siquiera intentaron que
los escritos del santo doctor sobre vida monástica fuesen regla infalible que a
la letra moderase la estructura interna de los monasterios jerónimos
españoles”.
Para intentar comprender la tensión y conflicto
identitario en la relación con san Jerónimo y su vida como monje que vivieron
los jerónimos de las primeras décadas seguimos la aportación de Pauline
Renoux-Caron en su artículo “L´image du fondateur: Saint
Jérôme dans la Historia de la Orden de
San Jerónimo de José de Sigüenza (1600-1605)”, en que la autora revisa la
historia la OSH según la narra en su crónica fray José de Sigüenza. En primer
lugar, afirma Renoux-Caron que Sigüenza “da prueba de una verdadera ´consciencia
institucional´, acercándose en su perspectiva a una hagiografía más que a una
historia de la Orden tal como se entiende la escritura de la Historia en los
siglos modernos. Apunta asimismo que
Sigüenza presenta la fundación de la Orden de los Jerónimos no como una
creación sino más bien como una restauración de la experiencia vivida en Belén;
mostrándola no como creada ex nihilo sino como vuelta a despertar después de un
largo sueño, la Orden de San Jerónimo se coloca junto a su patrón por un
vínculo subterráneo (sic), hablando
de un “renacimiento” de la Orden, aun sin llegar a caer – afirma Renoux-Caron -
en la tentación genealogista de otros monjes jerónimos cronistas de la Orden
como Fray Hermenegildo de San Pablo (1669) y Fray Pablo de San Nicolás (1.723).
Hemos visto ya cómo la imagen de san Jerónimo como ermitaño penitente en el
desierto del Calcis predomina en la iconografía de la época, figura que generó
mucha devoción a lo largo del siglo XIV y que inspiró a muchos grupos de
ermitaños. Pauline Renoux-Caron considera que este modelo del ermitaño
penitente en el desierto creó una “esquizofrenia”
en la vida de las comunidades jerónimas conforme pasaban los años y su
espiritualidad se había ido transformando: de ermitaños a cenobitas, del
desierto a la proximidad a las ciudades, con los hijos de familias nobiliarias
yendo a recibir la enseñanza de los monjes, recibiendo a miembros de la casa
real en sus hospederías, nombramientos, nuevos monasterios creciendo a un ritmo
alto. Una esquizofrenia que Renoux-Caron asegura que se palpa en fray José de
Sigüenza 200 años después de la fundación y que ella deduce que debía ser más
tensa en las primeras décadas, cuando convivían dos modelos de monasterios y de
monjes. Sigüenza añora el yermo y el silencio del origen cuando redacta la
historia de la Orden en 1595: el yermo es el motivo recurrente del monje
cronista cuando narra el origen de los monasterios, y los anacoretas de los
pedregales de Egipto, el modelo de vida a seguir.
4.-LA ORDEN DE SAN JERÓNIMO CON LA REGLA DE
SAN AGUSTÍN
Del punto anterior, se desprende necesariamente que es muy importante
también tener en cuenta al considerar la identidad carismática de la Orden de
San Jerónimo el hecho de que San Jerónimo no escribiera una regla para sus
monjes y que el Papa diera a la nueva Orden la Regla de San Agustín. Pienso que
esto pudo crear conflictos de identidad en los monjes Jerónimos, la
esquizofrenia de la que habla Pauline Renoux-Caron,
de la que también trata Enrique Llopis y la pregunta recurrente a lo largo de
la historia de la OSH, que primero planteó
fray Lope de Olmedo, sacudiendo la Orden de San Jerónimo: ¿cómo podían vivir
unos monjes jerónimos según la regla de san Agustín?, una regla totalmente ajena al Santo que inspiraba la orden.
Baldomero Jiménez Duque plantea al respecto la pregunta interesante de que
por la bula Sane Petitio a los
jerónimos les fuera dada la regla de san Agustín: “pero la Regla agustiniana les hizo necesariamente acercarse a san Agustín.
¿Cuánto y cómo?” Y responde refiriéndose a los Soliloquios, obra espiritual de Fray Pedro Fernández Pecha, que
considera plenamente inspirada en las obras de Hugo de San Víctor y Juan de
Feemp, que pasaron con etiqueta agustiniana y una obra por tanto de inspiración
fundamental agustiniana. Literatura de intimidad, afectiva, de desahogo, que
insiste reiteradamente en la confesión de su pobreza espiritual, en la
acusación de sus faltas, pero tanto y más en el elogio de la misericordia
divina en la que confía. También la
espiritualidad de fray Vasco de Portugal, como recogen los 3 himnos que
reproduce fray José de Sigüenza, reflejan una espiritualidad mística, de unión
personal del alma con Dios, que recuerda a San Juan de la Cruz más de un siglo
después, como indica Cándido Dias dos Santos (“Os Jerónimos em
Portugal “, 1977). Hasta qué punto esta literatura espiritual
refleja la espiritualidad del conjunto de la Orden es algo que está por
estudiar.
También es Baldomero Jiménez Duque quien afirma que, al no haber regla
escrita por san Jerónimo, y en base a la prohibición
del IV Concilio de Letrán (1215) de aprobar nuevas reglas, Gregorio XI dio
a los Jerónimos la Regla de San Agustín, contemporáneo de Jerónimo. Se trata de
una regla muy flexible y general, una exhortación sobre la caridad fraterna, la
pobreza, castidad, obediencia, la vida en común. Sirvió a muchos monasterios y
órdenes mendicantes medievales por su vaguedad. Un documento-base que tenía que
ser precisado enseguida por otras normas o “constituciones” más concretas. Por
eso se les dieron las Constituciones del monasterio florentino de Santa María
del Santo Sepulcro y los mismos Jerónimos fueron redactando unas constituciones
propias a partir de ser constituidos como Orden centralizada en 1414. Será
necesario que también estudiemos la espiritualidad que desprenden estas
primeras Constituciones llegado el momento porque, como indica María del Mar
Graña, “es innegable el valor de los documentos jurídicos pese a la dificultad
que a veces ofrecen para una lectura espiritual”.
Pauline Renou-Caron afirma que, de hecho, la redacción en 1428 de una nueva regla por
parte de Fray Lope de Olmedo a partir de los escritos de San Jerónimo para
la rama reformada de la Orden dice mucho sobre las dificultades de orden
identitario que implica la ausencia de transmisión directa y, añadiríamos, de
una personalidad histórica que más que ser el “fundador” de la Orden fue el
“inspirador”. Puesto que, y esto afecta también a la identidad de la Orden,
como aseveraron los 2 representantes de la OSH ante el Papa frente a Lope de
Olmedo en Roma el 2 de diciembre de 1428, ellos
nunca dijeron que su género de vida fuese “exacto” al de San Jerónimo, sino que
se habían inspirado en algunos aspectos (según relata Fray Antonio de Lugo basándose
en la imaginaria reproducción del encuentro con Martín V que hace Fray José de
Sigüenza).
5.-LOS JERÓNIMOS Y SU CIRCUNSCRIPCIÓN AL TERRITORIO DE LA PENÍNSULA
IBÉRICA. RELACIONES CON LA CORONA Y LA ALTA NOBLEZA
Con cierto dramatismo, Ruiz Herrero exclama que “el españolismo es la
grandeza y servidumbre de los jerónimos”. Basándose en el cronista Sigüenza,
existe el acuerdo general en la historiografía de que los jerónimos quedaron circunscritos
al territorio peninsular, que jamás rebasaron los límites geográficos y ni
siquiera asentaron comunidades en América, pese a que sí fueron algunos monjes
de la orden como visitadores. Siempre se afirma que la Orden de San Jerónimo
fue una orden estrictamente española, ni tan siquiera hispánica, como hubiera sido
lo lógico de haber seguido la política castellana, como afirma Ruiz Hernando:
“de tan singular querencia se sentían orgullosos pues, si eremitas al
principio, con el paso de los años el patronato regio y de la alta nobleza
había dirigido su destino hacia lo áulico”. “Sólo me prefiero mostrar una
religión natural de España y de los españoles, nacida, criada y sustentada
dentro de sus términos, sin haber querido jamás traspasar sus lindes” ¿Por qué? No ha habido respuesta en la
historiografía hasta la publicación de la obra del Dr. Ángel Fuentes Ortiz en
2021, que ya mencionamos en la anterior entrega, pero sobre la que nos
detendremos con detalle en la siguiente.
De hecho, curiosamente, se da desde fray José de Sigüenza hasta fray
Ignacio de Madrid una asimilación de Castilla con España y se hace de la OSH
una orden “muy española”. Se trata de una simplificación que no se ajusta a la
realidad, en base a la historia de los primeros jerónimos de la Corona de
Aragón que hemos tratado ya, estudiada por Jaume Riera (2008). Riera afirma amargamente que los ermitaños valencianos
realizaron un proceso independiente de los castellanos hasta 1414, si bien
tanto fray José de Sigüenza en el siglo XVII como fray Ignacio de Madrid en el
s. XX han querido hacerlos surgir de los grupos castellanos, conduciendo a una
visión reduccionista de los complejos orígenes de la Orden en la Península
Ibérica.
¿Y los
jerónimos portugueses? Sabemos por fray
Pedro de la Vega, primer cronista de la Orden de San Jerónimo (1539), y fray José
de Sigüenza que entre los ermitaños italianos que llegaron a los Reinos de
Castilla y Aragón y se unieron a los ermitaños autóctonos llegó un portugués,
Vasco Martins, discípulo también del terciario franciscano Tomassuccio de
Siena, que después de instalarse en Toledo durante un tiempo partió hacia el
reino de Portugal buscando un lugar solitario. Y en Penhalonga, cerca de
Sintra, lugar de ermitas, nació el germen de la Orden de San Jerónimo
portuguesa; según cálculos cronológicos a partir de la documentación de C.A.
Dias Dos Santos, con posterioridad a la bula Sane Petitio de 1373. Con la bula Piis votis fidelium, de 1 abril de 1400, el Papa Bonifacio IX
autorizó la construcción de 2 monasterios y permitió a los ermitaños “asumir la
regla de los eremitas de san Jerónimo, que viven bajo la regla de san Agustín y
vestir el hábito de san Jerónimo”.
En 1414, cuando nace la OSH centralizada y exenta, reúne
a los 25 monasterios de las coronas de Castilla y Aragón existentes en ese
momento ¿Por qué los monasterios portugueses no se unieron? José Luis Durán
Múzquiz, en su tesis doctoral dirigida por Don Josemaría Revuelta Somalo, de la
que tendremos ocasión de tratar en detalle, indica en una nota a pie de página
al respecto que “no se incluyeron los
monasterios portugueses. Nos encontramos en pleno Cisma de Occidente y Portugal
obedecía al papa de Roma. Los monasterios portugueses sólo
estuvieron unidos a la OSH mientras las coronas estuvieron unidas”. Esta
cuestión de la obediencia de los reinos a uno u otro papa durante el Cisma es
de gran importancia, como veremos.
José Antonio Ruiz Hernando, en su muy recomendable obra
“Los monasterios jerónimos españoles” (1997) afirma incluso que “así, cuando
Pedro Belloch, jerónimo francés, vino a España junto con otros, procedente de
alguna casa filial de la genovesa, ya extinguidas, fue, en opinión de Sigüenza,
por “averse despoblado aquellos conventos, porque no quería Dios que esta
religión fuesse sino de España”. Y dice Sigüenza a propósito del monasterio
francés de Mirapex: “No se ha ha hallado mas memoria desta casa: creo sucedió
en ella lo que de otras muchas que a la Orden se han ofrecido, y con facilidad
la dexarian por ser cosa tan apartada y fuera destos Reynos”. No he encontrado
información alguna de momento sobre este monasterio y esta indicación de la
expansión a territorio francés de los monasterios italianos de fray Lope de
Olmedo; pero sí parece claro que la construcción del relato fundacional de una
Orden de San Jerónimo “españolísima” pasa por omitir datos de fundaciones fuera
de la Península Ibérica, que tendremos ocasión de estudiar en su momento, y
también de “borrar” de la historia monasterios castellanos que no prosperaron
por buscar la obediencia al Papa de Roma, mientras el reino de Castilla
obedecía al papado aviñonés.
De hecho, cuando Felipe II decretó en 1567 la
incorporación de los monasterios jerónimos de la rama reformada fundada por
fray Lope de Olmedo a la OSH, ésta sólo aceptó “absorber” los monasterios
españoles de fray Lope, pero no los italianos, que eran la mayoría. Afirma Ruiz
Hernando: “pocas cosas tan significativas en este sentido como las disensiones
habidas entre los asistentes al Capítulo General de 1567, en que Felipe II
propuso la anexión de la Congregación de la Observancia de San Jerónimo, de
Lope de Olmedo. No eran simples cuestiones de política interna o de ortodoxia;
subyacía el hecho de que estos monjes tenían casas en Italia. Cuando por fin se
determinó aceptarla sólo lo fueron los siete monasterios españoles”.
¿Por qué menciono este aspecto? Porque, como afirma Ruiz Hernando, esta
identidad “española” de la Orden de San Jerónimo es una rareza histórica en la
vida religiosa; porque San Jerónimo nada tuvo que ver con la Península Ibérica;
y porque fray Lope de Olmedo fundó monasterios en la Lombardía y en Roma.
Chueca Goitia afirma que “la Orden Jerónima seguramente no ha tenido paralelo
en otros países, donde los institutos religiosos han gozado de mayor autonomía.
No sabemos que exista ninguna otra orden que bien podemos llamar nacional y
especialmente afecta a la monarquía (“Casas reales en monasterios y conventos
españoles”, 1982).
La expansión de la OSH fue muy veloz: se fundaron y
anexionaron 30 monasterios en 40 años (1373 – 1414). Miguel Ángel Ladero,
citado por Sánchez Herrero, afirma que su rápida expansión se basó en el
formidable apoyo de la realeza y alta aristocracia castellana, que se mantuvo
durante dos siglos, desde la incorporación de Guadalupe a la Orden (1389) hasta
la construcción de San Lorenzo de El Escorial por Felipe II. El periodo de
mayor vitalidad fundadora coincide con la época de la dinastía Trastámara
(1373-1515), que volcó en la Orden buena parte de sus imágenes y sentimientos
de identidad político-religiosa, asumidos luego por la casa de Austria. Lo que
era cierto de la casa real también lo era de la nobleza titulada y sin título y
del alto y bajo clero de Castilla. Los
jerónimos atrajeron un gran interés y apoyo de las casas reales de Castilla y
Aragón, de la aristocracia y de la Iglesia.
Sin embargo, Ángel
Fuentes Ortiz apunta una perspectiva inédita en el estudio de los primeros
eremitas jerónimos al observar aparentes
discordancias en el relato fundacional que, para él, corroboran que “la
gestación de la OSH tuvo que ver más con un proceso cuidadosamente diseñado y
supervisado que con un fenómeno descontrolado o espontáneo”. El camino hacia la
centralización de la OSH no resultó en absoluto sencillo ni estuvo exento de
problemas, que el Dr. Joao Luis Fontes atribuye a una “institucionalización
precipitada” de la orden.
A la pregunta de qué llevó a este grupo de ermitaños a
transformarse en una de las órdenes más pujantes de su tiempo frente a otras
opciones similares, Ángel Fuentes Ortiz halla la explicación su inesperado
éxito radicado en su extraordinaria relación de mutualismo (conjunto de
asociaciones) con la dinastía Trastámara: una monarquía que miraba hacia dentro
buscando la reinteriorización de su propio reino y que acabó encontrando en los
eremitas de san Jerónimo el instrumento perfecto para una reforma espiritual de
amplio calado.
Sucedió además que la subsistencia de las primeras
fundaciones jerónimas se vio ligada frecuentemente a las voluntades de la
monarquía castellana, un hecho que supuso que algunos monasterios
desapareciesen durante sus primeros años sin dejar rastro, como veremos en la
próxima entrega, centrada en la evolución histórica de los jerónimos
castellanos de 1373 a 1389.
Publicado en InfoVaticana el 4/8/2024.
En este recorrido histórico, vamos a seguir principalmente el itinerario cronológico de los ermitaños jerónimos castellanos, que se encontrará con el de los aragoneses en 1414, cuando quede canónicamente fundada la Orden de San Jerónimo como orden monástica centralizada y exenta de la autoridad de los obispos diocesanos.
Vimos en la anterior entrega cómo la bula de Gregorio XI había concedido a los ermitaños fundar cuatro monasterios. Enrique Llopis indica que, al autorizar el pontífice a los peticionarios el sustentarse de las limosnas de los fieles, es probable que los primeros monasterios jerónimos, al menos en sus albores, tuviesen economías bastante modestas y que las limosnas constituyesen una parte de sus ingresos; lo mismo afirma José Sánchez Herrero (para referencias bibliográficas, consultar la entrada anterior, https://infovaticana.com/2024/07/28/antecedentes-historicos-de-la-orden-de-san-jeronimo/). En 1389, los jerónimos se hicieron cargo del Monasterio de Guadalupe, que habría de convertirse no sólo en el experimento más exitoso de la recién creada Orden de San Jerónimo, sino también en el priorato más rico de toda Castilla (Llopis, 2008, p. 32). Sería imposible entender la evolución de los jerónimos sin profundizar en el cambio de paradigma que constituyó la experiencia monástica guadalupense. Vamos aquí a ver, por una parte, en detalle, algunos temas específicos fundamentales que se desprenden de los hechos históricos narrados pertenecientes al periodo 1360 - 1373, necesarios para comprender el carisma inicial de la OSH y su evolución; y, por otra parte, el desarrollo de estos monasterios jerónimos castellanos desde 1373 a 1389. Por su extensión, dividiremos la exposición en dos partes (la segunda de las cuales, por la misma razón, expondremos en dos entregas distintas).
1.- LOS JERÓNIMOS: DE ERMITAÑOS A ¿CENOBITAS? ¿MONJES O FRAILES?
Podemos pues ver aquí varias cuestiones importantes: tras recibir la bula de Gregorio XI en 1373, los ermitaños pasan a vivir en cenobios pero, ¿podemos definir a los jerónimos como cenobitas en estas primeras décadas? Son, en todo caso, ermitaños que viven en cenobios, según indica el nombre por el cual la bula fundacional permite llamarlos. Por otra parte, desde sus orígenes mendicantes, se produce una rápida evolución hacia repartir su tiempo entre el trabajo y la oración, según el modo de vida monástico atribuido a san Benito, ora et labora, pero ya practicado desde los primeros siglos del monacato en Egipto. En el caso de los jerónimos se observa un énfasis específico en la lectura bíblica, la mayor herencia de la espiritualidad de San Jerónimo junto con, como veremos, la alabanza divina. Pero ambos aspectos son fruto de una evolución, y no se hallaban presentes en los orígenes ermitaños y mendicantes. Éste es, pues, uno de los primeros grandes cambios dentro de la naciente OSH: la constitución de la Orden monástica de San Jerónimo. Afirma Jaume Riera: "los frailes jerónimos del siglo XIV representan el perfil de unos ermitaños que, sin abandonar la condición de anacoretas, pasan a vivir en comunidad según una regla aprobada, sometidos a un superior inmediato (…). El papa sugería (suademus) en la bula a los ermitaños que adoptasen la regla de san Agustín, como Santa María de Santo Sepulcro. Les concedía poder denominarse frailes ermitaños de San Jerónimo (fratres heremite sancti jeronimi). Highfield lo resume en las siguientes palabras: “los jerónimos seguirían siendo una orden contemplativa de ermitaños”.
Según afirma Enrique Llopis, la decidida apuesta por una vida cenobítica alejada de la mendicidad revela la propia evolución de las ideas del grupo de anacoretas, concretamente la pérdida de influencia en él de las propuestas del movimiento espiritual italiano acerca de la práctica de la pobreza y de la conservación de la vida eremítica, así como la fuerte ascendencia de Fernando Yáñez y Pedro Fernández Pecha sobres sus compañeros de desierto”. Elisa Ruiz menciona que “en el preámbulo de la bula Gregorio XI se muestra conocedor de los deseos de los eremitas de cambiar de género de vida, esto es, adoptar un régimen cenobítico”. Enrique Llopis y Elisa Ruiz inciden en este carácter híbrido, en la ambigüedad de los valores y la heterogeneidad de estos protojerónimos como fuente de conflictos que estallarán en diversos momentos a lo largo de las primeras décadas de existencia de la Orden. Llopis asevera que “los especialistas coinciden en que la Orden jerónima, una vez constituida, no tardó en relajarse, sobre todo a raíz de hacerse cargo del santuario de Guadalupe. Su vocación eremítica fue poco a poco abandonándose, lo que se refleja en la localización de sus nuevos monasterios, mayoritariamente emplazados cerca de sus bienhechores y patronos, perdiendo énfasis el yermo como lugar “natural” del monje. En sus comienzos, muchos de los religiosos de Guadalupe no pasaron de hermanos legos, sin querer ordenarse, y vivieron entregados a oficios manuales (Sánchez Herrero). Américo Castro (citado por Sánchez Herrero, p. 76) afirma que "estos legos, sin obligación sacerdotal, serían como un eco de la piedad libre y laboriosa de los begardos, aunque ya incluidos en el marco de una orden cuidadosamente establecida".
2.-DE LA ESPIRITUALIDAD INICIAL FRANCISCANA E INSPIRACIÓN DE SAN JERÓNIMO ERMITAÑO A UNA ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA DEFINIDA POR EL OFICIO DIVINO
Según afirma José Sánchez Herrero, “la inspiración de los grupos de anacoretas en la segunda mitad del siglo XIV, también la de los jerónimos, es franciscana; habla de “una nueva espiritualidad y de una nueva devoción cristiana en torno a Cristo: el Cristo hombre en todos sus aspectos, y un cristianismo más puro y espiritual, más personal, íntimo, libre”. Este historiador considera que los primeros fundadores, una vez se unieron a los ermitaños de El Castañar a partir de 1366 Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa, quisieron dar una dirección a la naciente Orden como la de una reunión de hombres laicos (no clérigos, aunque hay desde el comienzo clérigos) devotos, eremitas, que buscan a Cristo, en una imitación auténtica, descarnada, ascética, penitente, a un Cristo hombre, sin olvidar su divinidad”. Dice Américo Castro que “los primitivos jerónimos se hallaban en la senda de la Imitatio Christi y, dentro de la ortodoxia, llevaron lejos la actitud emotiva, independiente y mística, olvidados de cualquier dialéctico intelectualismo” (“Aspectos del vivir hispánico”, 1970); y prosigue afirmando que “en este intimismo y espiritualidad modernas, en esta religiosidad más emotiva que intelectual, personal y libre, alejada de la oficial y reglada, volcados en la liturgia solemne, hay una presencia de hebraísmo”, pues a los jerónimos se acogían muchos conversos, hecho que derivó a partir de finales del s. XV en serios conflictos dentro de la Orden.
Al mismo tiempo, como indica Lorenzo Alcina, la devoción a San Jerónimo había florecido extraordinariamente a lo largo del siglo XIV, y fueron muchos y variados hombres deseosos de una vida espiritual intensa inclinados a una vida eremítica y penitente quienes le escogieron como modelo. De este modo se fue formando una poderosa corriente jeronimiana que cuajó en la fundación de varias corporaciones religiosas, una de las cuales, pero no la única, fue la Orden de San Jerónimo en la Península Ibérica.
Se ve por tanto aquí la complejidad espiritual en los orígenes de la OSH de la que habló Lorenzo Alcina en su artículo publicado en 1964 en la revista Yermo y que sigue siendo una referencia: Alcina lo condensa perfectamente denominando a este fenómeno una “efervescencia jeronimiana” de orígenes modestos e improvisados, con reformas y reestructuraciones, casi siempre al principio bajo la regla franciscana para terminar militando bajo la de san Agustín, pero buscando anhelosamente la imitación de san Jerónimo, según la imagen que de él representaba la hagiografía de la época: el solitario penitente en el desierto del Calcis”. “Muchos de ellos jamás vieron ni leyeron letra de las obras de san Jerónimo”, como afirma el cronista fray José de Sigüenza. Éste es otro dato muy relevante a tener en cuenta cuando tratemos de la reforma propuesta por fray Lope de Olmedo: los nuevos jerónimos no conocían la obra de San Jerónimo, sino solamente su imagen de ermitaño penitente.
A partir de la incorporación del Santuario de Guadalupe a los jerónimos en 1389, afirma Sánchez Herrero que fue Fernando Yáñez de Figueroa (de Cáceres, en su nombre como religioso), primer prior de Guadalupe que había sido canónigo de Toledo antes de unirse a los ermitaños de El Castañar, quien implementó plenamente la vida cenobítica a la OSH y concedió el primer puesto con toda magnanimidad al culto divino. “El culto solemne, el cuidado extremado del canto de las Horas del Oficio Divino en el coro se convirtió en el nuevo y fundamental elemento de la espiritualidad de los jerónimos”. Ya a principios del siglo XV, los historiadores definen la espiritualidad de la Orden como “litúrgica” debido a las ocho horas diarias que los monjes dedicaban al rezo coral del Oficio Divino. Esta gran dedicación al Oficio coral es también una evolución, reflejada en las primeras Constituciones de la Orden, elaboradas en 1415.
3.-SAN JERÓNIMO Y LA ORDEN DE SAN JERÓNIMO
Del hecho de que consideremos a Fray Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa (junto a Fray Vasco de Portugal, según José Adriano de Freitas Carvalho) fundadores de la Orden de San Jerónimo en el siglo XIV se desprende que la historiografía no ha considerado que la Orden, de origen medieval, pudiera considerarse fundada por el mismo San Jerónimo. Y ésta es una cuestión muy importante en la identidad de la Orden de San Jerónimo: el hecho de que San Jerónimo es inspirador de la Orden de San Jerónimo, pero no su fundador propiamente dicho, puesto que las fundaciones monásticas de San Jerónimo en Belén en el siglo IV (386) se extinguieron en algún momento no demasiado lejano a su muerte (419/20).
Dijimos ya, siguiendo a Lorenzo Alcina, que la espiritualidad inicial de los ermitaños jerónimos fue franciscana, para terminar militando bajo la de san Agustín, pero buscando anhelosamente la imitación de san Jerónimo, según la imagen que de él representaba la hagiografía de la época: el solitario penitente en el desierto del Calcis”. Fray Antonio de Lugo, en su artículo El monacato sui generis de los jerónimos publicado en la revista Cistercium 119 de 1970 escribe, siguiendo a fray José de Sigüenza, que “no obstante los buenos deseos de los ermitaños de seguir los pasos de Jerónimo, jamás pretendieron, y así lo han declarado después repetidas veces, que los monasterios de la Orden reprodujeran exactamente el estilo del monasterio betlemita; ni siquiera intentaron que los escritos del santo doctor sobre vida monástica fuesen regla infalible que a la letra moderase la estructura interna de los monasterios jerónimos españoles”.
Para intentar comprender la tensión y conflicto identitario en la relación con san Jerónimo y su vida como monje que vivieron los jerónimos de las primeras décadas seguimos la aportación de Pauline Renoux-Caron en su artículo “L´image du fondateur: Saint Jérôme dans la Historia de la Orden de San Jerónimo de José de Sigüenza (1600-1605)”, en que la autora revisa la historia la OSH según la narra en su crónica fray José de Sigüenza. En primer lugar, afirma Renoux-Caron que Sigüenza “da prueba de una verdadera ´consciencia institucional´, acercándose en su perspectiva a una hagiografía más que a una historia de la Orden tal como se entiende la escritura de la Historia en los siglos modernos. Apunta asimismo que Sigüenza presenta la fundación de la Orden de los Jerónimos no como una creación sino más bien como una restauración de la experiencia vivida en Belén; mostrándola no como creada ex nihilo sino como vuelta a despertar después de un largo sueño, la Orden de San Jerónimo se coloca junto a su patrón por un vínculo subterráneo (sic), hablando de un “renacimiento” de la Orden, aun sin llegar a caer – afirma Renoux-Caron - en la tentación genealogista de otros monjes jerónimos cronistas de la Orden como Fray Hermenegildo de San Pablo (1669) y Fray Pablo de San Nicolás (1.723).
4.-LA ORDEN DE SAN JERÓNIMO CON LA REGLA DE SAN AGUSTÍN
Del punto anterior, se desprende necesariamente que es muy importante también tener en cuenta al considerar la identidad carismática de la Orden de San Jerónimo el hecho de que San Jerónimo no escribiera una regla para sus monjes y que el Papa diera a la nueva Orden la Regla de San Agustín. Pienso que esto pudo crear conflictos de identidad en los monjes Jerónimos, la esquizofrenia de la que habla Pauline Renoux-Caron, de la que también trata Enrique Llopis y la pregunta recurrente a lo largo de la historia de la OSH, que primero planteó fray Lope de Olmedo, sacudiendo la Orden de San Jerónimo: ¿cómo podían vivir unos monjes jerónimos según la regla de san Agustín?, una regla totalmente ajena al Santo que inspiraba la orden.
También es Baldomero Jiménez Duque quien afirma que, al no haber regla escrita por san Jerónimo, y en base a la prohibición del IV Concilio de Letrán (1215) de aprobar nuevas reglas, Gregorio XI dio a los Jerónimos la Regla de San Agustín, contemporáneo de Jerónimo. Se trata de una regla muy flexible y general, una exhortación sobre la caridad fraterna, la pobreza, castidad, obediencia, la vida en común. Sirvió a muchos monasterios y órdenes mendicantes medievales por su vaguedad. Un documento-base que tenía que ser precisado enseguida por otras normas o “constituciones” más concretas. Por eso se les dieron las Constituciones del monasterio florentino de Santa María del Santo Sepulcro y los mismos Jerónimos fueron redactando unas constituciones propias a partir de ser constituidos como Orden centralizada en 1414. Será necesario que también estudiemos la espiritualidad que desprenden estas primeras Constituciones llegado el momento porque, como indica María del Mar Graña, “es innegable el valor de los documentos jurídicos pese a la dificultad que a veces ofrecen para una lectura espiritual”.
Pauline Renou-Caron afirma que, de hecho, la redacción en 1428 de una nueva regla por parte de Fray Lope de Olmedo a partir de los escritos de San Jerónimo para la rama reformada de la Orden dice mucho sobre las dificultades de orden identitario que implica la ausencia de transmisión directa y, añadiríamos, de una personalidad histórica que más que ser el “fundador” de la Orden fue el “inspirador”. Puesto que, y esto afecta también a la identidad de la Orden, como aseveraron los 2 representantes de la OSH ante el Papa frente a Lope de Olmedo en Roma el 2 de diciembre de 1428, ellos nunca dijeron que su género de vida fuese “exacto” al de San Jerónimo, sino que se habían inspirado en algunos aspectos (según relata Fray Antonio de Lugo basándose en la imaginaria reproducción del encuentro con Martín V que hace Fray José de Sigüenza).
5.-LOS JERÓNIMOS Y SU CIRCUNSCRIPCIÓN AL TERRITORIO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. RELACIONES CON LA CORONA Y LA ALTA NOBLEZA
Con cierto dramatismo, Ruiz Herrero exclama que “el españolismo es la grandeza y servidumbre de los jerónimos”. Basándose en el cronista Sigüenza, existe el acuerdo general en la historiografía de que los jerónimos quedaron circunscritos al territorio peninsular, que jamás rebasaron los límites geográficos y ni siquiera asentaron comunidades en América, pese a que sí fueron algunos monjes de la orden como visitadores. Siempre se afirma que la Orden de San Jerónimo fue una orden estrictamente española, ni tan siquiera hispánica, como hubiera sido lo lógico de haber seguido la política castellana, como afirma Ruiz Hernando: “de tan singular querencia se sentían orgullosos pues, si eremitas al principio, con el paso de los años el patronato regio y de la alta nobleza había dirigido su destino hacia lo áulico”. “Sólo me prefiero mostrar una religión natural de España y de los españoles, nacida, criada y sustentada dentro de sus términos, sin haber querido jamás traspasar sus lindes” ¿Por qué? No ha habido respuesta en la historiografía hasta la publicación de la obra del Dr. Ángel Fuentes Ortiz en 2021, que ya mencionamos en la anterior entrega, pero sobre la que nos detendremos con detalle en la siguiente.
De hecho, curiosamente, se da desde fray José de Sigüenza hasta fray Ignacio de Madrid una asimilación de Castilla con España y se hace de la OSH una orden “muy española”. Se trata de una simplificación que no se ajusta a la realidad, en base a la historia de los primeros jerónimos de la Corona de Aragón que hemos tratado ya, estudiada por Jaume Riera (2008). Riera afirma amargamente que los ermitaños valencianos realizaron un proceso independiente de los castellanos hasta 1414, si bien tanto fray José de Sigüenza en el siglo XVII como fray Ignacio de Madrid en el s. XX han querido hacerlos surgir de los grupos castellanos, conduciendo a una visión reduccionista de los complejos orígenes de la Orden en la Península Ibérica.
José Antonio Ruiz Hernando, en su muy recomendable obra “Los monasterios jerónimos españoles” (1997) afirma incluso que “así, cuando Pedro Belloch, jerónimo francés, vino a España junto con otros, procedente de alguna casa filial de la genovesa, ya extinguidas, fue, en opinión de Sigüenza, por “averse despoblado aquellos conventos, porque no quería Dios que esta religión fuesse sino de España”. Y dice Sigüenza a propósito del monasterio francés de Mirapex: “No se ha ha hallado mas memoria desta casa: creo sucedió en ella lo que de otras muchas que a la Orden se han ofrecido, y con facilidad la dexarian por ser cosa tan apartada y fuera destos Reynos”. No he encontrado información alguna de momento sobre este monasterio y esta indicación de la expansión a territorio francés de los monasterios italianos de fray Lope de Olmedo; pero sí parece claro que la construcción del relato fundacional de una Orden de San Jerónimo “españolísima” pasa por omitir datos de fundaciones fuera de la Península Ibérica, que tendremos ocasión de estudiar en su momento, y también de “borrar” de la historia monasterios castellanos que no prosperaron por buscar la obediencia al Papa de Roma, mientras el reino de Castilla obedecía al papado aviñonés.
De hecho, cuando Felipe II decretó en 1567 la incorporación de los monasterios jerónimos de la rama reformada fundada por fray Lope de Olmedo a la OSH, ésta sólo aceptó “absorber” los monasterios españoles de fray Lope, pero no los italianos, que eran la mayoría. Afirma Ruiz Hernando: “pocas cosas tan significativas en este sentido como las disensiones habidas entre los asistentes al Capítulo General de 1567, en que Felipe II propuso la anexión de la Congregación de la Observancia de San Jerónimo, de Lope de Olmedo. No eran simples cuestiones de política interna o de ortodoxia; subyacía el hecho de que estos monjes tenían casas en Italia. Cuando por fin se determinó aceptarla sólo lo fueron los siete monasterios españoles”.
¿Por qué menciono este aspecto? Porque, como afirma Ruiz Hernando, esta identidad “española” de la Orden de San Jerónimo es una rareza histórica en la vida religiosa; porque San Jerónimo nada tuvo que ver con la Península Ibérica; y porque fray Lope de Olmedo fundó monasterios en la Lombardía y en Roma. Chueca Goitia afirma que “la Orden Jerónima seguramente no ha tenido paralelo en otros países, donde los institutos religiosos han gozado de mayor autonomía. No sabemos que exista ninguna otra orden que bien podemos llamar nacional y especialmente afecta a la monarquía (“Casas reales en monasterios y conventos españoles”, 1982).
La expansión de la OSH fue muy veloz: se fundaron y anexionaron 30 monasterios en 40 años (1373 – 1414). Miguel Ángel Ladero, citado por Sánchez Herrero, afirma que su rápida expansión se basó en el formidable apoyo de la realeza y alta aristocracia castellana, que se mantuvo durante dos siglos, desde la incorporación de Guadalupe a la Orden (1389) hasta la construcción de San Lorenzo de El Escorial por Felipe II. El periodo de mayor vitalidad fundadora coincide con la época de la dinastía Trastámara (1373-1515), que volcó en la Orden buena parte de sus imágenes y sentimientos de identidad político-religiosa, asumidos luego por la casa de Austria. Lo que era cierto de la casa real también lo era de la nobleza titulada y sin título y del alto y bajo clero de Castilla. Los jerónimos atrajeron un gran interés y apoyo de las casas reales de Castilla y Aragón, de la aristocracia y de la Iglesia.
Sin embargo, Ángel Fuentes Ortiz apunta una perspectiva inédita en el estudio de los primeros eremitas jerónimos al observar aparentes discordancias en el relato fundacional que, para él, corroboran que “la gestación de la OSH tuvo que ver más con un proceso cuidadosamente diseñado y supervisado que con un fenómeno descontrolado o espontáneo”. El camino hacia la centralización de la OSH no resultó en absoluto sencillo ni estuvo exento de problemas, que el Dr. Joao Luis Fontes atribuye a una “institucionalización precipitada” de la orden.
A la pregunta de qué llevó a este grupo de ermitaños a transformarse en una de las órdenes más pujantes de su tiempo frente a otras opciones similares, Ángel Fuentes Ortiz halla la explicación su inesperado éxito radicado en su extraordinaria relación de mutualismo (conjunto de asociaciones) con la dinastía Trastámara: una monarquía que miraba hacia dentro buscando la reinteriorización de su propio reino y que acabó encontrando en los eremitas de san Jerónimo el instrumento perfecto para una reforma espiritual de amplio calado.
Sucedió además que la subsistencia de las primeras fundaciones jerónimas se vio ligada frecuentemente a las voluntades de la monarquía castellana, un hecho que supuso que algunos monasterios desapareciesen durante sus primeros años sin dejar rastro, como veremos en la próxima entrega, centrada en la evolución histórica de los jerónimos castellanos de 1373 a 1389.
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