Hemos
llegado con este intento de ensayo de biografía histórica por entregas al año
1415, año del ingreso de Lope de Olmedo en la vida monástica en el Monasterio
de Santa María de Guadalupe, perteneciente a la recientemente fundada Orden de
San Jerónimo.
Es un momento clave en la vida de Lope de Olmedo, pero también lo es para esta nueva orden monástica, pues en 1415 la Orden de San Jerónimo (en adelante, OSH por su acrónimo en latín, Ordinis Sancti Hieronymi) celebra su I Capítulo General como orden centralizada y exenta del poder de los obispos diocesanos.
Por ello, vamos a proceder a explicar la evolución de la OSH desde sus orígenes, incluyendo sus antecedentes, hasta este año de 1415, con el fin de continuar posteriormente estudiando la vida de Lope de Olmedo ya como monje jerónimo, ya inserto en el devenir de la orden. Pretendo basarme para esta exposición en una revisión del estado de la cuestión historiográfica referente a los antecedentes de la OSH, estructurándola según la muy interesante división tripartita de José Sánchez Herrero, pero desglosando en dos el primer periodo que él señala (1360 – 1389), como sigue: 1) antecedentes, 1360 – 1373; 2) 1373- 1389; 3) 1389 – 1414 y 4) 1415 (“Fundación y desarrollo de la Orden de San Jerónimo, 1360-1561”, 1994); y añadiendo las novedades historiográficas más importantes, inéditas como parte del estudio del conjunto del desarrollo inicial de la OSH y que responden a muchos interrogantes que hasta muy recientemente no hallaron respuesta.
Es importante señalar que, en esta investigación, me importa considerar sobre todo las cuestiones de identidad y espiritualidad de la Orden de San Jerónimo en sus primeras décadas (lo que en terminología religiosa se denomina carisma), aproximadamente desde 1360, unos años antes de la emisión de la primera bula papal a los ermitaños jerónimos castellanos, puesto que la comprensión de su espiritualidad original y la evolución de la misma es de capital importancia para tratar de comprender el posterior intento de fray Lope de Olmedo de reforma de la OSH a partir de 1422.
En los últimos años se ha cuestionado la generalizada percepción de decadencia en la vida religiosa en la segunda mitad del siglo XIV. Es el periodo de la conocida como pre-reforma española, “la reforma más antigua realizada en el largo periodo medieval”, en palabras de Pedro Sainz Rodríguez (“La siembra mística del cardenal Cisneros y las Reformas en la Iglesia”, 1979), el contexto en que nace la Orden de San Jerónimo. Melquíades Andrés va más lejos, al afirmar que “el punto simbólico de arranque de la reforma española puede ser situado en la fundación de la españolísima Orden de San Jerónimo” (“Primer encuentro de la Reforma y mística española con la Reforma luterana”, 1983). También Josemaría Revuelta Somalo considera la fundación de la Orden de San Jerónimo tras la concesión de la bula Sane Petitio en 1373 “el sentar sobre bases sólidas una de las reformas eclesiásticas más profundas que sobre el suelo hispano han tenido lugar: en embrión aún, la Orden de San Jerónimo estaba fundada” (“Los jerónimos. Una orden religiosa nacida en Guadalajara, 1373-1414”, 1982). Vemos pues cómo la historiografía señala generalmente a la nueva Orden de San Jerónimo como llamada a renovar la vida religiosa. J. Fernández Conde apuntó que “el contexto es el del rey Juan I en Castilla, decidido a impulsar la reforma eclesiástica en los distintos reinos dependientes de la corona castellana, y su equipo de hombres de Iglesia relacionados muy directamente con la corte pontificia de Aviñón, del que partió un poderoso movimiento reformista del clero secular y regular, que respondía perfectamente a las inquietudes religiosas del momento (“Decadencia de la Iglesia española bajomedieval y proyectos de Reforma”, 1982). José Adriano de Freitas Carvalho considera que “la Orden de San Jerónimo fue “la última gran orden monástica en aparecer” (“Nas origens dos jerónimos na Peninsula Ibérica: do franciscanismo da Orden de S. Jerónimo. O itinerário da Fr. Vasco de Portugal”, 1984).
Por la consideración de la importancia de la Orden de San Jerónimo en una
reforma religiosa de gran calado puede sorprender a priori que, tras solamente
cinco décadas desde su fundación, en un momento de expansión y gran
consideración y favor por parte de la corona, Fray Lope de Olmedo señalase las
contradicciones identitarias y las derivas de relajación de la disciplina de
vida y plantease una reforma en la Orden que causó una gran turbación. La
bibliografía y las fuentes, como vamos a analizar, muestran un fluir de la historia inicial de la Orden muy
lejos de ser lineal, destapando una gran complejidad que la historiografía
oficial jerónima intentó durante siglos ocultar mediante la construcción de un
relato que tendió a eliminar todo lo que no se ajustaba a él.
En esta entrega, vamos a centrarnos en los primeros pasos, desde mediados del siglo XIV hasta la bula de Gregorio XI de 1.373, que se considera generalmente - con cierta polémica, como veremos – el documento fundacional de la Orden de San Jerónimo.
Hemos visto que el acuerdo historiográfico clásico (aunque recientemente se ha puesto en cuestión) señala la crisis en las órdenes religiosas monásticas y mendicantes en la segunda mitad del siglo XIV como causa del incremento del eremitismo y una vida de búsqueda de Dios no reglada. En este contexto, los complejos orígenes de la Orden de San Jerónimo presentan a los historiadores una amplia problemática sobre los inicios. Escribió Lorenzo Alcina en 1964 “cuán larga y compleja fue la gestación de la nueva Orden monástica”. Se “despertó” en Italia la devoción a san Jerónimo, tomando distintas expresiones; en todas partes con origen eremítico y penitencial, con espiritualidad franciscana, mendicante. Los anacoretas eran grupos muy heterogéneos (José Sánchez Herrero, 1994) que se retiraban al desierto, el yermo. De aquí proviene la palabra ermitaño, según una antigua tradición en la Iglesia de los primeros siglos. Para la espiritualidad cristiana, “el desierto es el lugar del silencio, de la soledad; es alejamiento de las ocupaciones cotidianas, del ruido y de la superficialidad. El desierto es el lugar de lo absoluto, el lugar de la libertad, que sitúa al hombre ante las cuestiones fundamentales de su vida. Al vaciarse de sus preocupaciones, el hombre encuentra a su Creador” (Joseph Ratzinger, “El camino Pascual”, 1985). Los ermitaños viven dedicados a Dios en lugares solitarios, en oración y penitencia (fray Antonio de Lugo, “El monacato sui generis de los jerónimos”, 1970).
Ésa es la motivación de marchar al yermo para estos hombres en el siglo XIV. Los eremitas cantaban las alabanzas a Dios, celebraban la Misa, compartían colaciones espirituales y practicaban las virtudes evangélicas (Melquíades Andrés Martín, “El deseado: una mística de la Orden de San Jerónimo”, 2004). El cronista de los primeros siglos de la OSH, fray José de Sigüenza, sitúa en este contexto el nacimiento de la Orden Jerónima, lo mismo que Elisa Ruiz expresa con estas palabras: “el nacimiento de la orden jerónima hay que situarlo en este caldo de cultivo. Algunos ermitaños italianos llegaron a los reinos de la Península Ibérica, donde se unieron a grupos de ermitaños locales” (Enrique Llopis / Elisa Ruiz, “El monasterio de Guadalupe y la Inquisición”, 2019). José María Revuelta Somalo precisa que “no todos los monasterios jerónimos con orígenes eremíticos previos están relacionados con ermitaños “venidos de Italia” (…), pero en algunos casos, y precisamente en los que más directa intervención tuvieron en orden a la fundación de la OSH, el origen italiano es innegable” (Op. cit., p. 76).
Entre los grupos castellanos, destaca especialmente para
este estudio el formado en la zona de Toledo, al que se unieron a mediados de la década de 1360, entre
otros, Pedro Fernández Pecha y Fernando
Yáñez de Figueroa, considerados fundadores de la Orden de San Jerónimo, que
se trasladaron a la ermita de San Bartolomé de Lupiana en búsqueda de más
soledad cuando comenzaron a hacerse “populares” y a recibir constantes visitas.
Dice fray Justo Pérez de Urbel: “La vida solitaria arraigó más fuertemente en
el s. XIV, hasta el punto de que el eremita se convierte en el héroe de la
época (ante la decadencia y relajación en la vida religiosa monástica y
mendicante). Su ideal va a ser ahora San
Jerónimo en el desierto de Calcis” (“El monaquismo al aparecer los
jerónimos españoles”, 1973). En 1366, Pedro Fernández Pecha se había unido a un
grupo de ermitaños reunidos en el Castañar, donde ya estaba Fernando Yáñez,
quien había sido obispo de Jaén, y para mayo de 1367 se habían trasladado a
Lupiana. Aquí, los ermitaños construyeron celdillas donde llevaban una vida eremítica
y se reunían en la ermita de san Bartolomé solamente para celebrar la Misa y
para el rezo del Oficio Divino. No
tienen regla, ni votos, ni superior, ni obediencia. Son eremitas, no
frailes mendicantes que actúan en medio de las ciudades, pero que viven
exclusivamente de limosna. “La
inspiración de todos estos grupos”, dice Sánchez Herrero, “también la de los jerónimos, es
franciscana” (Op. cit., p. 69).
En una obra fundamental de reciente aparición para el esclarecimiento de estas cuestiones, el Dr. Ángel Fuentes Ortiz lo explica de esta manera: “el germen de la osh, fuertemente vinculado a la heterodoxia de los franciscanos espirituales o fraticelli italianos (Mario Sensi señala la más que probable pertenencia de Tomasuccio de Foligno, figura fundamental durante la creación del relato fundacional jerónimo, a dicho movimiento), debe insertarse dentro del movimiento bajomedieval de recuperación de los anacoretas de la Iglesia Oriental; por ello, no debe sorprender que, ya desde mediados del XIV, el reducido grupo que iba a formar la “semilla” jerónima se estableciese en terrenos retirados (“Los monasterios jerónimos, nuevos espacios de memoria en la castilla Trastámara, 1373-1474”, 2021)”. “Así sucedió – continúa explicando Fuentes Ortiz-, al menos, en los dos focos principales surgidos en Castilla: el núcleo de El Castañar en Toledo y el de Guisando en Ávila. Hacia 1350 debieron establecerse allí cuatro ermitaños de origen hispano retornados de Italia. Los conocidos como “beatos de Guisando” aprovecharon las cavidades en la roca de la montaña para hacer su vida comunitaria”, siempre en palabras de fray José de Sigüenza, cronista de la Orden de San Jerónimo.
Sin embargo, Ángel Fuentes Ortiz apunta una perspectiva inédita en el estudio de los primeros eremitas jerónimos al observar aparentes discordancias en el relato fundacional que, para él, corroboran que “la gestación de la OSH tuvo que ver más con un proceso cuidadosamente diseñado y supervisado que con un fenómeno descontrolado o espontáneo”. Tendremos ocasión de volver sobre esta compleja cuestión en las siguientes entregas.
Por el momento, sí parece contrastado por los historiadores que, a pesar del intento de ocultación por parte de las crónicas oficiales de la Orden de San Jerónimo, “el sustrato del que bebían sus primeras comunidades era precisamente el del eremitismo y la heterodoxia” (Fuentes Ortiz, 2021). Por este modo de vida, comienzan a ser mirados con sospecha, considerados como “beguinos” o “begardos”, es decir, heterodoxos, según escribe Fray Antón de San Martín de Valdeiglesias hacia 1465 (citado por José María Revuelta Somalo, Op. cit., p. 19-20). Explica Baldomero Jiménez Duque (“Fuentes de la espiritualidad jerónima”, 1973) que el nombre de “begardo” y sus derivados eran un insulto. Y por eso, “ante las críticas y suspicacias, acuden al Papa para formalizar su situación, “institucionalizarse”, regularizarse, haciéndose estrictamente y canónicamente cenobitas” (Jiménez Duque, 1973). ¿Qué dice la bula Sane petitio o Salvatoris humani generis, del 15 de octubre de 1373? La comenta así Fray Ignacio de Madrid (“La bula fundacional de la Orden de San Jerónimo”, 1973): “El Papa, enterado (…) que después de haber vivido como ermitaños, querían hacer vida de perfección en estado cenobítico, les permite que continúen “en la vida eremítica o solitaria, sustentándoos de las limosnas de los fieles (…), os persuadimos a que recibáis la regla de san Agustín (…) en hábito según el rito, constituciones, ceremonias y observancias de los hermanos del monasterio de Santa María del Santo Sepulcro, de la orden del mismo San Agustín”. Es importante a este respecto mencionar que, antes de constituirse propiamente en orden exenta en 1415, los monasterios jerónimos eran señalados frecuentemente en los documentos como pertenecientes a la “Ordinis Sancti Agustini sub vocabulo Sancti Hieronymi”.
Gregorio XI concedía a los ermitaños fundar cuatro monasterios y que pudieran ser llamados frailes ermitaños de san Jerónimo, como indica Jaume Riera (2008), o hermanos o ermitaños de san Jerónimo, según Fray Ignacio de Madrid. En el original en latín de la bula se lee: fratres heremite Sancti Jeronimi. Al respecto, y sobre lo que la bula significa para la vida e identidad de los nuevos jerónimos, indica Enrique Llopis: “En la bula Sane petitio, de 15 de octubre de 1.373, el pontífice autorizó a los peticionarios de la misma a denominarse hermanos o ermitaños de san Jerónimo, a preservar su vida eremítica y a sustentarse de las limosnas de los fieles”. Es probable, pues, que en los primeros monasterios jerónimos, al menos en sus albores, tuviesen economías bastante modestas y que las limosnas constituyesen una parte de sus ingresos (Sánchez Herrero, Op. cit., p. 67-71).
Afirma Elisa Ruiz que el texto de la bula refleja indirectamente el proyecto presentado por ciertos eremitas peninsulares, deseosos de obtener una licencia para fundar algunos monasterios y pasar de un régimen de existencia solitario a llevar una vida en común (Op. Cit., p. 215). El papa Gregorio XI les otorga la calificación canónica de fratres seu heremite sancti Ieronimi. En consecuencia, se pueden considerar frailes” (comunicación personal por correo electrónico con la Dra. Elisa Ruiz, 27/2/2021). La solicitud al papa y su aprobación por la bula Sane Petitio significa que los eremitas pasan a vivir en un cenobio. J.R.L. Highfield lo explica así: “Al otorgar a los ermitaños la regla de san Agustín y las constituciones y costumbres de Santa María del Santo Sepulcro, el Papa reconoció el deseo de los ermitaños por una vida de perfección en una situación cenobítica. También les dio un hábito y les dio la facultad de llamarse hermanos o ermitaños de san Jerónimo. A diferencia de los agustinos, los jerónimos seguirían siendo una orden contemplativa de ermitaños. Pusieron un énfasis especial en el trabajo y la oración y tenían un amor común por la Biblia” (“The Jeronimites in Spain, their Patrons and Success, 1373–1516, p. 518). Aquí podemos observar que se menciona ya el trabajo junto con las limosnas como medio de subsistencia material.
Al tratar sobre el origen de los jerónimos se tiene
muchísimo menos en cuenta que tan solo un año después, en 1374, una segunda
solicitud fue elevada a la curia papal de Aviñón por 3 ermitaños residentes en
la plana de Jávea. Los ermitaños de la Corona de Aragón recibieron la misma
regla y constituciones que los castellanos y les fue permitido, como a ellos,
fundar 4 monasterios. ¿Cuál es la relación entre estos dos grupos de
ermitaños con sus nuevos monasterios, con la misma regla, constituciones y
hábito? ¿Podemos considerar que se ha
fundado ya la Orden de san Jerónimo, como afirman la mayoría de autores? Más que una Orden, podemos afirmar que se trataba aún de un pequeño
grupo de monasterios que habían ido naciendo con alguna independencia (Sánchez Herrero, p. 72) y dos o tres
al modo de beguinaje: unos cuantos ermitaños reunidos en torno a una ermita. Jaume
Riera (2008) indica que “no se puede afirmar, sin matizar, que las bulas de
Gregorio XI fundaban una nueva Orden religiosa. Los ermitaños no lo solicitaban
ni se referían a ello. De acuerdo con las peticiones, el papa sugería que
adoptasen la regla de san Agustín, les confería un hábito y una denominación, y
concedía licencia para erigir monasterios, gobernados por priores trienales. No
iban más allá. Los 8 monasterios
previstos con estas dos bulas en los reinos de Castilla, León, Portugal,
Valencia y Aragón no estaban federados ni tenían un superior general (“Els primers monestirs jerònims de la Corona d´Aragó, 1374-1414”, p. 277).
De hecho, la primera bula se auto-califica de documento suasionis, designacionis, licencie, concessions, voluntatis et permissionis,
todo a la vez, y la segunda de documento statuti,
ordinacionis, exemptionis, liberationis, contitucionis et voluntatis. No se insinúa la intención de fundar una
nueva Orden. Con el paso del tiempo, dice Jaume Riera, por influencia de la
denominación que habían tomado los frailes, se introdujo la costumbre de
designar a aquellos monasterios como de la Orden de San Jerónimo, pero alguna
vez aún aparecen adscritos a la Orden de San Agustín, por la regla que
profesaban. La Orden
de San Jerónimo como tal fue constituida formalmente cuarenta años más tarde (en 1414),
cuando el número de monasterios, mediante licencias particulares, había crecido
notablemente.
En este desarrollo,
la aceptación de convertir el santuario de Santa María de Guadalupe en monasterio
jerónimo, a petición del rey de Castilla, en 1389 supondría un antes y un
después en la trayectoria de la Orden Jerónima, que pasó de custodiar un puñado
de cenobios rurales a regentar un pujante santuario de patronazgo real que
además era foco de multitudinarias peregrinaciones. El monasterio de Guadalupe
habría de convertirse no sólo en el experimento más exitoso de la recién creada
Orden, sino también en el priorato más rico de toda Castilla (Llopis, 2008, p.
32). Sería imposible entender la evolución de los jerónimos sin profundizar en
el cambio de paradigma que constituyó la experiencia monástica guadalupense. Pero
antes de alcanzar esa fecha, en la próxima entrega desarrollaremos en detalle
temas específicos fundamentales que se desprenden de los hechos históricos
narrados hasta aquí, necesarios para comprender el carisma inicial de la OSH y
su evolución; desde el relato fundacional construido por la OSH, el tránsito de
los jerónimos de ermitaños a ¿cenobitas?, el vínculo de san Jerónimo con la
recién fundada Orden de San Jerónimo, la cuestión de la regla monástica y la
histórica circunscripción de esta orden a la Península Ibérica, abarcando los
años que van de 1373 a 1389.
Es un momento clave en la vida de Lope de Olmedo, pero también lo es para esta nueva orden monástica, pues en 1415 la Orden de San Jerónimo (en adelante, OSH por su acrónimo en latín, Ordinis Sancti Hieronymi) celebra su I Capítulo General como orden centralizada y exenta del poder de los obispos diocesanos.
Por ello, vamos a proceder a explicar la evolución de la OSH desde sus orígenes, incluyendo sus antecedentes, hasta este año de 1415, con el fin de continuar posteriormente estudiando la vida de Lope de Olmedo ya como monje jerónimo, ya inserto en el devenir de la orden. Pretendo basarme para esta exposición en una revisión del estado de la cuestión historiográfica referente a los antecedentes de la OSH, estructurándola según la muy interesante división tripartita de José Sánchez Herrero, pero desglosando en dos el primer periodo que él señala (1360 – 1389), como sigue: 1) antecedentes, 1360 – 1373; 2) 1373- 1389; 3) 1389 – 1414 y 4) 1415 (“Fundación y desarrollo de la Orden de San Jerónimo, 1360-1561”, 1994); y añadiendo las novedades historiográficas más importantes, inéditas como parte del estudio del conjunto del desarrollo inicial de la OSH y que responden a muchos interrogantes que hasta muy recientemente no hallaron respuesta.
Es importante señalar que, en esta investigación, me importa considerar sobre todo las cuestiones de identidad y espiritualidad de la Orden de San Jerónimo en sus primeras décadas (lo que en terminología religiosa se denomina carisma), aproximadamente desde 1360, unos años antes de la emisión de la primera bula papal a los ermitaños jerónimos castellanos, puesto que la comprensión de su espiritualidad original y la evolución de la misma es de capital importancia para tratar de comprender el posterior intento de fray Lope de Olmedo de reforma de la OSH a partir de 1422.
En los últimos años se ha cuestionado la generalizada percepción de decadencia en la vida religiosa en la segunda mitad del siglo XIV. Es el periodo de la conocida como pre-reforma española, “la reforma más antigua realizada en el largo periodo medieval”, en palabras de Pedro Sainz Rodríguez (“La siembra mística del cardenal Cisneros y las Reformas en la Iglesia”, 1979), el contexto en que nace la Orden de San Jerónimo. Melquíades Andrés va más lejos, al afirmar que “el punto simbólico de arranque de la reforma española puede ser situado en la fundación de la españolísima Orden de San Jerónimo” (“Primer encuentro de la Reforma y mística española con la Reforma luterana”, 1983). También Josemaría Revuelta Somalo considera la fundación de la Orden de San Jerónimo tras la concesión de la bula Sane Petitio en 1373 “el sentar sobre bases sólidas una de las reformas eclesiásticas más profundas que sobre el suelo hispano han tenido lugar: en embrión aún, la Orden de San Jerónimo estaba fundada” (“Los jerónimos. Una orden religiosa nacida en Guadalajara, 1373-1414”, 1982). Vemos pues cómo la historiografía señala generalmente a la nueva Orden de San Jerónimo como llamada a renovar la vida religiosa. J. Fernández Conde apuntó que “el contexto es el del rey Juan I en Castilla, decidido a impulsar la reforma eclesiástica en los distintos reinos dependientes de la corona castellana, y su equipo de hombres de Iglesia relacionados muy directamente con la corte pontificia de Aviñón, del que partió un poderoso movimiento reformista del clero secular y regular, que respondía perfectamente a las inquietudes religiosas del momento (“Decadencia de la Iglesia española bajomedieval y proyectos de Reforma”, 1982). José Adriano de Freitas Carvalho considera que “la Orden de San Jerónimo fue “la última gran orden monástica en aparecer” (“Nas origens dos jerónimos na Peninsula Ibérica: do franciscanismo da Orden de S. Jerónimo. O itinerário da Fr. Vasco de Portugal”, 1984).
En esta entrega, vamos a centrarnos en los primeros pasos, desde mediados del siglo XIV hasta la bula de Gregorio XI de 1.373, que se considera generalmente - con cierta polémica, como veremos – el documento fundacional de la Orden de San Jerónimo.
Hemos visto que el acuerdo historiográfico clásico (aunque recientemente se ha puesto en cuestión) señala la crisis en las órdenes religiosas monásticas y mendicantes en la segunda mitad del siglo XIV como causa del incremento del eremitismo y una vida de búsqueda de Dios no reglada. En este contexto, los complejos orígenes de la Orden de San Jerónimo presentan a los historiadores una amplia problemática sobre los inicios. Escribió Lorenzo Alcina en 1964 “cuán larga y compleja fue la gestación de la nueva Orden monástica”. Se “despertó” en Italia la devoción a san Jerónimo, tomando distintas expresiones; en todas partes con origen eremítico y penitencial, con espiritualidad franciscana, mendicante. Los anacoretas eran grupos muy heterogéneos (José Sánchez Herrero, 1994) que se retiraban al desierto, el yermo. De aquí proviene la palabra ermitaño, según una antigua tradición en la Iglesia de los primeros siglos. Para la espiritualidad cristiana, “el desierto es el lugar del silencio, de la soledad; es alejamiento de las ocupaciones cotidianas, del ruido y de la superficialidad. El desierto es el lugar de lo absoluto, el lugar de la libertad, que sitúa al hombre ante las cuestiones fundamentales de su vida. Al vaciarse de sus preocupaciones, el hombre encuentra a su Creador” (Joseph Ratzinger, “El camino Pascual”, 1985). Los ermitaños viven dedicados a Dios en lugares solitarios, en oración y penitencia (fray Antonio de Lugo, “El monacato sui generis de los jerónimos”, 1970).
Ésa es la motivación de marchar al yermo para estos hombres en el siglo XIV. Los eremitas cantaban las alabanzas a Dios, celebraban la Misa, compartían colaciones espirituales y practicaban las virtudes evangélicas (Melquíades Andrés Martín, “El deseado: una mística de la Orden de San Jerónimo”, 2004). El cronista de los primeros siglos de la OSH, fray José de Sigüenza, sitúa en este contexto el nacimiento de la Orden Jerónima, lo mismo que Elisa Ruiz expresa con estas palabras: “el nacimiento de la orden jerónima hay que situarlo en este caldo de cultivo. Algunos ermitaños italianos llegaron a los reinos de la Península Ibérica, donde se unieron a grupos de ermitaños locales” (Enrique Llopis / Elisa Ruiz, “El monasterio de Guadalupe y la Inquisición”, 2019). José María Revuelta Somalo precisa que “no todos los monasterios jerónimos con orígenes eremíticos previos están relacionados con ermitaños “venidos de Italia” (…), pero en algunos casos, y precisamente en los que más directa intervención tuvieron en orden a la fundación de la OSH, el origen italiano es innegable” (Op. cit., p. 76).
En una obra fundamental de reciente aparición para el esclarecimiento de estas cuestiones, el Dr. Ángel Fuentes Ortiz lo explica de esta manera: “el germen de la osh, fuertemente vinculado a la heterodoxia de los franciscanos espirituales o fraticelli italianos (Mario Sensi señala la más que probable pertenencia de Tomasuccio de Foligno, figura fundamental durante la creación del relato fundacional jerónimo, a dicho movimiento), debe insertarse dentro del movimiento bajomedieval de recuperación de los anacoretas de la Iglesia Oriental; por ello, no debe sorprender que, ya desde mediados del XIV, el reducido grupo que iba a formar la “semilla” jerónima se estableciese en terrenos retirados (“Los monasterios jerónimos, nuevos espacios de memoria en la castilla Trastámara, 1373-1474”, 2021)”. “Así sucedió – continúa explicando Fuentes Ortiz-, al menos, en los dos focos principales surgidos en Castilla: el núcleo de El Castañar en Toledo y el de Guisando en Ávila. Hacia 1350 debieron establecerse allí cuatro ermitaños de origen hispano retornados de Italia. Los conocidos como “beatos de Guisando” aprovecharon las cavidades en la roca de la montaña para hacer su vida comunitaria”, siempre en palabras de fray José de Sigüenza, cronista de la Orden de San Jerónimo.
Sin embargo, Ángel Fuentes Ortiz apunta una perspectiva inédita en el estudio de los primeros eremitas jerónimos al observar aparentes discordancias en el relato fundacional que, para él, corroboran que “la gestación de la OSH tuvo que ver más con un proceso cuidadosamente diseñado y supervisado que con un fenómeno descontrolado o espontáneo”. Tendremos ocasión de volver sobre esta compleja cuestión en las siguientes entregas.
Por el momento, sí parece contrastado por los historiadores que, a pesar del intento de ocultación por parte de las crónicas oficiales de la Orden de San Jerónimo, “el sustrato del que bebían sus primeras comunidades era precisamente el del eremitismo y la heterodoxia” (Fuentes Ortiz, 2021). Por este modo de vida, comienzan a ser mirados con sospecha, considerados como “beguinos” o “begardos”, es decir, heterodoxos, según escribe Fray Antón de San Martín de Valdeiglesias hacia 1465 (citado por José María Revuelta Somalo, Op. cit., p. 19-20). Explica Baldomero Jiménez Duque (“Fuentes de la espiritualidad jerónima”, 1973) que el nombre de “begardo” y sus derivados eran un insulto. Y por eso, “ante las críticas y suspicacias, acuden al Papa para formalizar su situación, “institucionalizarse”, regularizarse, haciéndose estrictamente y canónicamente cenobitas” (Jiménez Duque, 1973). ¿Qué dice la bula Sane petitio o Salvatoris humani generis, del 15 de octubre de 1373? La comenta así Fray Ignacio de Madrid (“La bula fundacional de la Orden de San Jerónimo”, 1973): “El Papa, enterado (…) que después de haber vivido como ermitaños, querían hacer vida de perfección en estado cenobítico, les permite que continúen “en la vida eremítica o solitaria, sustentándoos de las limosnas de los fieles (…), os persuadimos a que recibáis la regla de san Agustín (…) en hábito según el rito, constituciones, ceremonias y observancias de los hermanos del monasterio de Santa María del Santo Sepulcro, de la orden del mismo San Agustín”. Es importante a este respecto mencionar que, antes de constituirse propiamente en orden exenta en 1415, los monasterios jerónimos eran señalados frecuentemente en los documentos como pertenecientes a la “Ordinis Sancti Agustini sub vocabulo Sancti Hieronymi”.
Gregorio XI concedía a los ermitaños fundar cuatro monasterios y que pudieran ser llamados frailes ermitaños de san Jerónimo, como indica Jaume Riera (2008), o hermanos o ermitaños de san Jerónimo, según Fray Ignacio de Madrid. En el original en latín de la bula se lee: fratres heremite Sancti Jeronimi. Al respecto, y sobre lo que la bula significa para la vida e identidad de los nuevos jerónimos, indica Enrique Llopis: “En la bula Sane petitio, de 15 de octubre de 1.373, el pontífice autorizó a los peticionarios de la misma a denominarse hermanos o ermitaños de san Jerónimo, a preservar su vida eremítica y a sustentarse de las limosnas de los fieles”. Es probable, pues, que en los primeros monasterios jerónimos, al menos en sus albores, tuviesen economías bastante modestas y que las limosnas constituyesen una parte de sus ingresos (Sánchez Herrero, Op. cit., p. 67-71).
Afirma Elisa Ruiz que el texto de la bula refleja indirectamente el proyecto presentado por ciertos eremitas peninsulares, deseosos de obtener una licencia para fundar algunos monasterios y pasar de un régimen de existencia solitario a llevar una vida en común (Op. Cit., p. 215). El papa Gregorio XI les otorga la calificación canónica de fratres seu heremite sancti Ieronimi. En consecuencia, se pueden considerar frailes” (comunicación personal por correo electrónico con la Dra. Elisa Ruiz, 27/2/2021). La solicitud al papa y su aprobación por la bula Sane Petitio significa que los eremitas pasan a vivir en un cenobio. J.R.L. Highfield lo explica así: “Al otorgar a los ermitaños la regla de san Agustín y las constituciones y costumbres de Santa María del Santo Sepulcro, el Papa reconoció el deseo de los ermitaños por una vida de perfección en una situación cenobítica. También les dio un hábito y les dio la facultad de llamarse hermanos o ermitaños de san Jerónimo. A diferencia de los agustinos, los jerónimos seguirían siendo una orden contemplativa de ermitaños. Pusieron un énfasis especial en el trabajo y la oración y tenían un amor común por la Biblia” (“The Jeronimites in Spain, their Patrons and Success, 1373–1516, p. 518). Aquí podemos observar que se menciona ya el trabajo junto con las limosnas como medio de subsistencia material.
Publicado en InfoVaticana el 28/7/2024.
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