(XVIII) EL “CACHORRO DE LOBO QUE INTENTÓ DEVORAR A SU MADRE”: LA PROPUESTA DE REFORMA MONÁSTICA DE FRAY LOPE DE OLMEDO (1422 – 1423). Parte II
Habiendo leído en la pasada entrega las principales obras que trataron sobre la propuesta de reforma de fray Lope en la Orden de San Jerónimo desde la perspectiva de los cronistas e historiadores de la Orden, veamos ahora otro enfoque completamente distinto.
El monje de la orden fundada por Lope, Dom Norberto Caymi, en la biografía de aquél que escribió en 1754, aporta una visión muy distinta de este momento y circunstancias. Obviando el hecho de que, aun siguiendo a Pío Rossi, quien escribió otra biografía de fray Lope un siglo antes, cae en el mismo error propagado por Sigüenza de la reelección de Lope como general de la Orden en el capítulo de 1421 – muy detalladamente explicado, como veremos, a pesar de haberse demostrado que Lope no fue reelegido como general-, es muy interesante leer su narración de los hechos, tan distinta a la de los jerónimos españoles.
A continuación, vamos a transcribir
la traducción completa de los capítulos VIII, IX y X del libro I de la
biografía de fray Lope de Olmedo escrita por Caymi. El original está escrito en
italiano, y hace referencia continuamente a la obra de Pío Rossi, quien fuera
Abad de la orden monástica fundada por fray Lope. La obra de Rossi, “Lupo
dʼOlmeto il venerabile”, fue escrita en el idioma de la Toscana en 1642. Caymi la cita abundantemente y la
actualiza con referencias a autores de la segunda mitad del XVII y XVIII. Es
interesante notar que la obra de Rossi fue traducida al español por el monje
jerónimo de Guadalupe fray Juan de san Jerónimo; un manuscrito del mismo se encuentra
en la Biblioteca Nacional de España (BNE).
La obra de Caymi es en gran parte desconocida para los
historiadores de la Orden de san Jerónimo en España e inédita en español (los extractos que publicamos aquí
son una primera publicación de la traducción realizada por nosotros, que
permanece sin publicar); una obra de mediados del siglo XVIII que, por su fecha
de composición, la Dra. Blanca Garí, directora durante tres cursos (2020 –
2023) de este proyecto de tesis ahora aparcado, consideró que podía tenerse
como una fuente primaria. Se trata, además, como dije, de una perspectiva distinta
sobre fray Lope de la habitual en la historiografía española.
El capítulo 8 del libro I de Caymi
trata sobre la “confirmación de Lope en
el grado de general y su idea de reforma”: “Habían transcurrido ya los tres
años de Generalato de nuestro Lope (Lupo en italiano), y éste esperaba con
impaciencia el momento de tener que ceder a otro aquel cargo, que con tan clara
ejemplaridad y con tantos elogios había administrado. Por ello, en el
monasterio de Lupiana, en el año 1421, se celebró una asamblea general y, según
la costumbre, se nombraron nuevas personas para todos los cargos, excepto para
el supremo, que los electores, con un privilegio especial de inspección,
quisieron confirmar en la persona de Lope. Lope no omitió, en la medida de sus
posibilidades, presentar enérgicas peticiones para ser relevado de su cargo
(…). Pero aquellos Padres, en cuyas almas aún no había arraigado la débil
máxima de que dulce o amargo es el sabor del mando, cada uno ha de probarlo, no
se movieron en absoluto a sus razones. Comprendiendo cuán bueno era el Padre Lope
para la excelente regulación de toda la Congregación, y de qué mejor manera
promovía el bien común, decían, que nunca se le podía permitir ceder su puesto
a aquél cuya pasada experiencia y posesión de tantas virtudes le obligaban a
conservar. Lope se rindió, aunque no sin gran pesar, a la voluntad de la
Asamblea: y para corresponder mejor a sus expectativas, imploró la ayuda del
Cielo, fuera del cual juzgaba que nada más sería capaz de hacerle soportar la
nueva carga.
Confirmado en la dignidad de General,
deseoso de mejorar cada vez más su propio Instituto, y de conformarlo
enteramente a las máximas esparcidas por los Escritos de San Jerónimo, cuyas
huellas se había comprometido a seguir, se entregó con mayor estudio y mayor
asiduidad a la lectura de los mismos: y tras un largo y maduro examen extrajo
de ellos un gran número de documentos válidos para la ejecución de su santo
designio. Entre éstos, los principales eran la observancia de la soledad en lugares remotos y aislados, el ejercicio continuo de la contemplación
celestial, la abstinencia perpetua
de la carne y la costumbre ya practicada por otros monjes de llevar la cogulla, todo lo cual se
describe ampliamente en la bula del Papa Martín V del 10 de agosto de 1424, Et si pro cunctorum. Estas cuatro máximas que constituían todo
el cuerpo del Monasterio eran las cuatro piedras fundamentales, sobre las que Lope
pensaba construir su edificio monástico de mejor forma y con más solidez.
De ahí que se propusiera penetrar
profundamente en ellos, y probarlos en sí mismo antes de probarlos en los
demás, juzgando que su propio ejemplo era muy adecuado y el más eficaz para su
propósito. Así pues, Lope empezó a no tomar carne en absoluto, e incluso se
abstuvo de todo lo que tuviera parte en ella; contentándose sólo con hierbas,
fruta, legumbres, a veces algún pescado pequeño, y rara vez comiendo leche. La
adoración y contemplación del objeto se convirtió en lo más querido y deleitoso
de su mente, de modo que siempre mantenía sus ojos fijos como un águila en el
eterno Sol divino, y se complacía en meditar día y noche en la más pura ley de
su Señor. Cuando vio que su Monasterio y los otros monasterios principales de
su Orden se transformaban en una suerte de hoteles para la comodidad de los
viajeros; en academias de ciencias y bellas artes para la instrucción de los
jóvenes nobles; y en tantos encuentros de personas atraídas allí ya por los
intereses del alma, ya por los asuntos temporales, o por cualquier otra cosa,
se quejaba continuamente, y a menudo se le oía exclamar ¿Quién me dará las alas
de una paloma para que pueda volar de aquí y disfrutar en soledad de la dulce
tranquilidad, de un feliz descanso lejos del tumulto del mundo?'. La cuarta
máxima fundamental, que consistía en el uso de la Cogulla, no pudo ser puesta
en práctica por él antes de que fuera recibida de acuerdo por toda la
comunidad, para no discrepar de ella en el exterior del hábito”.
El capítulo 9 del libro I de la biografía escrita por Caymi se centra
en las dificultades que encontró Lope en su monasterio para promover la reforma,
y dice así: “De esa manera, que hemos mostrado, se ocupó el espíritu de Lope,
encontrando en sus ocupaciones una increíble dulzura y suavidad, hasta que llegó el momento de comunicar sus
disposiciones a los monjes. Llegado el momento, previendo los obstáculos
que impedirían la realización de sus santos pensamientos, comenzó a insinuar
suave y paternalmente en la mente de sus súbditos las máximas que ya había
meditado, mostrándoles su valor y utilidad, y exhortándoles eficazmente a
practicarlas. El primer dictado que les sugirió y recomendó, para que fuera
llevado a cabo por ellos sin contraste, fue la abstinencia de carne, que solían
comer a veces hasta dos veces al día (esta afirmación está extraía del “Epílogo
sobre san Jerónimo” escrito por el mismo Lope de Olmedo). Si es una tarea ardua
y difícil eliminar una costumbre obsoleta en las comunidades religiosas,
incluso la más frívola e intrascendente - cualquiera que viva en claustros
puede dar fe de ello -, ¿cuánto más desagradable será si los cambios son
sustanciales y en torno a los puntos principales de la disciplina claustral?
Incluso aquellos que viven con la mayor observancia y austeridad entre los
regulares, a veces, sin ninguna consideración, arriesgarán todo para oponerse a
una novedad, que su celo, aunque discreto, trata de introducir. Lope, sin
embargo, decidió que expulsar de la casa a Hagar, que ya llevaba allí mucho
tiempo, requería destreza y madurez, Actuaba de un modo tan astuto que
insensiblemente le hacían conseguir de sus religiosos, que rara vez se les daba
carne. Pero no tardó en entrar entre ellos el espíritu de discordia, y pronto,
como suele suceder, se hicieron los conventillos, se disputó el caso, y
comenzaron a reñir sobre la Regla que profesaban, que les exigía observar la
abstinencia propuesta; Y convinieron en que no lo estaban, puesto que no había
precepto alguno escrito en la Regla que les obligase a ello, sino sólo que el
cuerpo debía mortificarse mediante la abstinencia, en la medida en que se lo
permitieran sus propias fuerzas. Todo esto llegó inmediatamente a oídos del
Padre General Lope, sin que él lo hiciera saber expresamente en aquel momento;
tácitamente esperó la mejor ocasión para hacerlo. Cuando llegó, los monjes,
reunidos con una copia de su razonamiento, trataron de hacerles comprender que,
puesto que la Regla no contenía una prohibición expresa, se les debía permitir
comer carne: que era necesario primero penetrar bien en la mente del Legislador
San Agustín, y con sabiduría discernir cuál era su práctica, para luego decidir
correctamente y sin engaños: que había muchas comunidades religiosas
establecidas bajo la Regla de aquel santo Doctor, que no comían carne, salvo en
ciertos casos extremos. Estas y otras razones similares fueron esgrimidas por Lope,
con el fin de desviar las mentes de sus seguidores de su opinión mal concebida,
y doblegarlos a su plan regulado: pero todo fue en vano; de hecho, como veremos
más adelante, las intrigas de los principales líderes de la Religión condujeron
a mayores disensiones.
El capítulo 10 del libro I de Caymi está dedicado a las dificultades cada vez mayores de fray
Lope con los superiores de los monasterios jerónimos: “El Señor, que a veces
gusta de probar a sus elegidos para mejor justificarlos y hacer más adornada su
alma, del mismo modo que hizo el oro en el crisol, purgándolo de todo mal, para
que apareciese más claro y brillante, permitió que su Siervo, después de un
largo período de tranquilidad, comenzase a sufrir diversos golpes, para que su
virtud se fortaleciese y se coronase más hermosa. Transcurrido un año entero
desde la celebración del Capítulo General, se reunieron en el monasterio de
Lupiana los Superiores y los demás monjes, a quienes correspondía participar en
aquella reunión, llamada comúnmente Dieta. Allí Lope, lleno de confianza en
Dios, tal como la que cambia los afanes en goces, el temor en fortaleza y los
peligros en consuelos: después de haber junto con los demás congregantes
deliberado maduramente sobre lo que pertenecía al bien común; todo cumplido con
paz y tranquilidad para la mayor gloria de Dios, de este modo comenzó a razonar
(pongo aquí este discurso del Venerable Lope, que se encuentra en Abad Rossi, a
pesar de que pueda haber alguna duda sobre si Lope habló en estos términos
precisos: pues es muy cierto, sin embargo, que Lope se ajustó en esto a lo que
escribió en su Regla, en su Epílogo y a lo que se contiene en aquellas Bulas
Pontificias, que guardan mucha relación con el presente tema): “El grado de
Jefe Supremo de nuestra Orden, que he ostentado desde hace algún tiempo, por
vuestra merced, de manera indigna, me obliga cada vez más a promover las
ventajas de nuestra Congregación; y tanto más cuando se trata de su adelanto
espiritual. Ahora solicito de vosotros, oh humanísimos Padres, asistencia y
ayuda para dar efecto y cumplimiento a la empresa, que para nuestro bien común
ya he concebido. La tarea no es tan difícil que, con vuestro valor, no pueda
llevarse a feliz término; y tanto más cuanto que debemos contar con un paladín
del monacato, como es nuestro padre San Jerónimo. Se convirtió en un monje
perfecto en el momento en que dejó de comer carne; fue un estricto observador
de la soledad; se desentendió completamente de las actividades mundanas, para
dedicarse por completo a la contemplación celestial; finalmente, se puso un
manto amortajado, una hirsuta cogulla, para mostrarse penitente incluso en el
mundo exterior. Estas cuatro cosas, por tanto, deben ser practicadas por
nosotros de la mejor manera posible, para que sepamos claramente que somos
legítimamente fieles a nosotros mismos. Y para que comprendas mejor cuáles son
mis pensamientos en torno a estas santas máximas, te digo que éste es el camino
verdadero y más seguro hacia la perfección.
Tenéis todas las imágenes más bellas y vivas de esto en los monjes
cartujos: podéis dirigir vuestros ojos a ellos y luego seguir su ejemplo. Y
para empezar por la primera: en la soledad experimentarás toda la dulzura y el
contento de la vida, libre de todas las amarguras y vejaciones que tanto asolan
al mundo. Allí, los Pablos, los Antonios y los Hilariones gozaron de las
delicias del Paraíso, ni envidiaron la suerte de los más bienaventurados del
siglo. La soledad es el alma del cuerpo monástico; y sin ella, seguiría siendo
un cadáver sin formar. Por eso, pensar en vivir como monje en medio de los
pueblos es un pensamiento necio e insensato, y totalmente opuesto al propósito
de quienes fueron los sabios instituidores de la vida monástica. No de otro
modo es necesaria para el monje la contemplación, por la que meditamos las
cosas de Dios, nos acercamos a Él y nos unimos a Él. Es verdad que hay muchos
caminos que pueden conducirnos a la perfección, como lo son las obras de piedad
y la mayor vigilancia en el bien de los demás; pero debemos pasar por el que
propongo, aunque sea casi el fin de todos los demás, para llegar más
fácilmente. Y aunque no nos esté permitido, mientras estemos rodeados de este
miserable mundo, permanecer firmes en la contemplación de las cosas de Dios, y
unirnos inseparablemente a él, debe bastarnos, sin embargo, que sepamos dónde
fijar nuestra mente cuando nos volvamos a él, cuando nos divirtamos con nuestra
miserable suerte.
Asimismo, la abstinencia de la carne, que siempre se practica, está de
tal modo conformada con la vida monástica, que sin ella la vida monástica
difícilmente puede subsistir. Profesar la vida monástica y comer carne son dos
cosas que no encajan. Que coman carne -dice el Santo Padre Jerónimo- aquellos
cuyos ejercicios manuales exigen fatiga y sudor; soldados, luchadores, remeros,
canteros de metal, y tantos otros; el monje, que tiende derecho hacia el Cielo,
y que cada día muere al mundo con las maceraciones, no necesita tanta fuerza,
pues el vigor del espíritu, que aumenta con las dolencias del cuerpo, le basta
para terminar más pronto y felizmente su peregrinación». Finalmente, la cuarta
máxima, que he mencionado, es el uso continuado de la Cogulla, que ha sido
mencionada por varios escritores como algo tan propio y necesario para el
monje, que sin ella no puede reclamar con derecho el título de monje. Este es
el venerable vestido que el Ángel encomendó al Santo Abad Pacomio y a sus
monjes en la Regla que le dijo; y que nuestro Santo Padre Jerónimo, no contento
con llevar él mismo, dio a sus alumnos para que lo llevaran. El mismo hábito
que usó San Benito, y todos los que profesaron su santísimo Instituto.
Por tanto, si queremos mostrarnos verdaderos monjes y dignos hijos de
nuestro Padre San Jerónimo, es necesario imitarle constantemente en esto, no
menos que en las demás prácticas arriba mencionadas. Pero ¿qué más puedo
deciros de cosas, cuyo provecho cada uno de los que me escuchéis podrá
comprender mejor que yo con su propia penetración? Y aquí Lope calló.
Semejante razonamiento, aunque era escuchado con curiosa atención por
todos, no era comprendido ni aplaudido más que por unos pocos. Pero a estos
pocos las edificantes formas de vida de San Jerónimo les parecieron de lo más
gratificantes, y ningún relato más dulce podría Lope haber traído a sus oídos,
ni más noble ejemplar proponer: pero los muchos otros no recibieron bien las
cosas propuestas, y mostraron su contrario sentir por uno de los más notables Definidores,
que habló así: “General, habéis
manifestado suficientemente vuestro celo y vuestro amor por nosotros en todo lo
que habéis dicho; pero todo celo y todo amor deben sin duda ser regulados por
la razón, sin la cual son a menudo reprendidos por Dios. Nuestro modo de vida
se originó con nuestra Orden misma, si no queremos más que sacar sus principios
de la unión de las diversas congregaciones jerónimas, hecha quizá hace 50 años
aquí en nuestras regiones; por tanto, pretender cambiarlo, aunque sea para
mejor, es derogar a nuestro siempre venerable Instituto. Y, a decir verdad,
aquellas constituciones que, una vez aprobadas y confirmadas por los Romanos
Pontífices, parecieron a nuestros Superiores Mayores justas y dignas de ser
practicadas por nosotros inmutablemente, no pueden esperarse sin la acusación
de frivolidad; cualesquiera que sean los cambios que se produzcan, siempre
producirán, como es costumbre, desorden y confusión. Siempre que queráis
mantener vuestro designio, se requiere tiempo para examinarlo; y los súbditos,
a quienes corresponde la ejecución, tienen primero que comprenderlo y
aprobarlo. Que, si esto sucede, entonces se puede esperar bien; de lo contrario
todos tus intentos serán inútiles”.
Entonces Lope dijo de nuevo, que aunque su vasija estaba hecha de
barro, aún podía ser tan preciosa y valiosa como él entendía; que sus
pensamientos provenían de esa fuente de la que se deriva todo bien; que así
como en la vida natural el mismo alimento no siempre es adecuado para todas las
edades, así en la moralidad las mismas leyes no siempre concuerdan; que todas
las cosas de aquí abajo están sujetas a cambio, según cambien el tiempo y las
circunstancias; que cuando ellos habían aprobado y recibido en el presente el
instituto propuesto, era muy creíble que sus súbditos, como ellos mismos,
también lo aprobaran y recibieran; y que él lo apoyaba todo en su integridad y
religión. Finalmente, después de varios métodos de persuasión, rogándoles que
le ayudaran en la gran obra, les dio
tres meses para resolver, al cabo de los cuales estaban obligados a darle
cuenta exacta de lo sucedido. Cuando se
disolvió la Asamblea, cada uno se marchó a su monasterio con la intención de no
hacer nada respecto al proyecto de Reforma; y el retraso de tres meses sólo
sirvió para hacer preparativos y acuerdos para oponerse con más vigor a las
ideas de Lope. De hecho, cuando llegó el momento, que se esperaba, todos
respondieron sin temor que nunca abandonarían su primer Instituto; lo que ahora
apreciaban tanto como la vida, durante la cual con constancia no menor que la
de sus mayores lo preservarían inalterablemente.
Con estas respuestas altisonantes y resentidas, daban a entender que
su dureza era grande, y que de ningún modo podían ser ablandados por la
autoridad del Padre General; y tanto más, cuanto que ya se había establecido en
ellos el espíritu de facción, como sucede a veces en tales casos. También hubo
quien interpretó el pensamiento de Lope de forma siniestra y juzgó, sin
fundamento alguno, que había pensado perpetuarse como legislador en el cargo de
General (Sigüenza, tom. 2 lib. 3 cap. 5). Y así fue como Lope, con gran sabiduría, resolvió ceder ante la oposición y evitar la
furiosa tempestad que podría haberse provocado, en la forma que veremos”.
Habiendo
quedado demostrado que fray Lope dejó de ser General de la OSH en 1421, se
plantea la duda de por qué propuso la
reforma cuando ya no era general y no mientras lo era, cuando pudiera haber
sido más influyente sobre los monjes. Los autores clásicos, errados en la
consideración de la reelección de Lope a un segundo trienio, entienden que realiza
la propuesta durante su segundo mandato, como hemos visto ampliamente en los
textos de Sigüenza y Caymi. De aquí surge una cuestión muy interesante que
permanece sin respuesta: ¿a qué se debió la convocatoria de la reunión en 1422
que cita Caymi si Lope ya no era General? Porque, además, no se celebró hasta
mucho más tarde ningún capítulo privado a nivel de toda la orden. Es un asunto
muy confuso puesto que, según narra Caymi, por una parte, parece que fue una
reunión sólo de priores (sin procuradores), con el único fin de proponerles
Lope la reforma (Sigüenza pretendía indicar que se trataba de una especie de
reunión de urgencia que se había convocado por unos hechos preocupantes que
estaban sucediendo, refiriéndose al pensamiento reformista de fray Lope); pero
en el capítulo X habla de cómo “uno de los más notables definidores” rebatió a
fray Lope. Que todo esto ocurriese en el capítulo general de 1425, que fue el
que siguió al de 1421, no parece factible, pues en las actas vemos que fray
Lope no estuvo presente y sabemos que en 1424 el papa Martín V ya aprobó a fray
Lope una nueva Orden Monástica. Son preguntas que quedan sin respuesta por el
momento, a falta de fuentes.
Basándose
en la obra de Pío Rossi, Caymi también afirma (capítulo XI), como los cronistas
jerónimos castellanos, que fray Lope se retiró a la Cartuja: “A veces la fortuna adversa se fatiga
cediendo a los peligros, que por el contrario pueden vigorizarse y causar un
daño mayor. Teniendo esto en cuenta, Lope decidió con la mayor previsión
retirarse a un monasterio cartujo, al que sus muchas prerrogativas eran
suficientemente conocidas”.
Caymi se muestra dolorido y escandalizado por los “rudos
e insultantes modales con que el cronista Sigüenza trataba a nuestro Venerable”.
“Dice en primer lugar – explica Caymi-, que Lope antes de su partida fue
desposeído de la Suprema Dignidad, que poseía, y que se afligió
desproporcionadamente por ello (Sigüenza, tom. 2 lib. 3 cap. 5). Pero tanto en
lo primero como en lo segundo, el Historiador estaba muy engañado. En lo
primero, porque no sólo ostentaba el grado de General en el tiempo de su
estancia en la Cartuja, sino que lo conservó mucho tiempo después en Roma, como
se desprende de los Diplomas Pontificios, dados cuando vivía allí (según la Bula
Et si pro cunctorum de 1424, como veremos más adelante), y como se verá en
otros lugares de esta historia. Y si por ventura se dijera que el grado de
General no le acompañó a la Cartuja, nunca puede decirse, como pretende
Sigüenza, que se le privó vergonzosamente de él durante mucho tiempo, sino que
el tiempo señalado para este cargo había llegado a su fin. Además, ¿cómo puede
Sigüenza conciliar esto con su otra opinión, que es la de dar al Generalato de
Lope el espacio de ocho años? De tal manera le hace continuar en su puesto aún
más tiempo del que yo quisiera; puesto que era General, como el mismo Sigüenza
dice, en el año 1418, y estando en Roma en 1424, como muestran los Decretos
Pontificios, no se podría creer que hubiera sido depuesto antes de su retiro a
los Cartujos. Pero estos son algunos de los
grandes desatinos que comete el P. Sigüenza, confundiendo hasta las cosas
más claras en aras de deshonrar a nuestro Venerable.
“Siguenza (tom. 2 lib. 3 cap. 5) dice que cuando Lope
pasó a los cartujos, dejó el hábito que solía llevar entre los suyos, y se puso
el que usaban ellos. Pero ni siquiera en esto nos equivocamos, ya que el abad Rossi
afirma expresamente que Lope llevaba constantemente el antiguo atuendo de su
profesión. Puedo inducirme a creer lo contrario, considerando la manera tan
sagaz y prudente con que Lope se condujo en todos sus asuntos, y especialmente
en éste, en el que se expuso más que nunca a los rumores de sus malévolos
súbditos.
Finalmente, el Historiador de España (Sigüenza) no duda
en afirmar atrevidamente que Lope, habiendo hecho una breve morada en la
Cartuja, como el cambio no vino de la mano de Dios, la abandonó, tomando el
hábito de San Jerónimo, y deja lugar a pensar que esto sucedió, bien porque
encontró allí la disciplina demasiado austera, bien porque se dio cuenta de que
no iba a conseguir su propósito de fundar una nueva orden: y el mismo escritor
concluye, maravillándose de cómo fue que Lope hizo esto, cuando no tenía
autoridad de sus superiores. Aquí puedes ver, lector mío, cuál es la
prevención, el espíritu de partido y el ánimo hostil de Sigüenza hacia nuestro Lope
al pintarlo con colores tan sombríos y, al mismo tiempo, cuánto se equivoca.
Porque, aunque Lope vivió poco tiempo entre los cartujos, no debe inferirse de
ello que el cambio no fue provocado por la mano de Dios, que le guió con
inspirada asistencia a aquella estancia en el Paraíso, donde aprendió, como
dije hace un momento, los angelicales caminos de la verdadera vida monástica.
De ahí que ya no haya razón para pensar que decidió marcharse, ni por ser
demasiado rígido en la observancia, ni por querer fracasar en su plan de la
nueva Reforma: al contrario, su estancia fue más propicia para el cumplimiento
de su santo pensamiento, como se verificó plenamente. Por último, no puedo
evitar reírme del asombro del P. Sigüenza ante la marcha de Lope sin tener la
facultad, que le correspondía, de sus superiores. Pues ¿cuánta licencia debería
haber pedido el padre Lope a sus superiores, ese Lope que, por su honorable
Dignidad, era tan respetado por todos? Si, como afirma Sigüenza, acudió a los
monjes cartujos con la intención de profesar el tenor de su forma de vida, y
también para conformarse a ellos en su vestimenta. Podía hacerlo sin duda, aunque fuera súbdito, sin pedir permiso alguno:
privilegio bien conocido por quienes pasan de la más amplia a la más estricta
observancia religiosa”.
Esta
observación de Caymi es fundamental para comprender el paso de Lope por la
Cartuja y su vuelta a la OSH y, sobre todo, qué estaba ocurriendo en la Iglesia
en aquellos años. Son numerosos los
casos de monjes que abandonaban monasterios de la OSH para ingresar a otras
órdenes de más estricta observancia; hasta tal punto que en el mismo año
del que hablamos, el 10 de marzo de 1422, hubo de dirigir Martín V una bula en la que el papa prohíbe a cualquier jerónimo pasarse a otra orden,
aunque sea de más estrecha observancia, sin licencia pontificia. Sin
embargo, dos años más tarde, por la bula firmada el 20 de
junio de 1424, el papa se corrige a sí mismo para permitir el paso a órdenes de más estrecha observancia sin necesidad de
licencia papal. Este cambio en las disposiciones dictadas por el sumo
pontífice confirma que Lope podía salir de la OSH para ir a la Cartuja, e
incluso fundar una orden monástica, sin
licencia de sus superiores y sin nunca dejar de ser monje jerónimo.
Es curioso,
por otra, que ninguno de estos autores que estamos leyendo pone en relación la
propuesta de reforma de Lope con el fenómeno de los monjes que se marchaban de
la OSH a congregaciones y comunidades más penitentes, más austeras,
“observantes”; fenómeno suficientemente importante como para “provocar” dos
bulas. Los movimientos reformistas abundaban en aquellos momentos en todas las
congregaciones religiosas. Y esto nos lleva a situar en el contexto más amplio
de la situación de la Iglesia en esos momentos la reforma propuesta por Lope,
con el fin de comprenderla adecuadamente.
Publicado en InfoVaticana el 20/10/2024.
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