(XVIII) EL “CACHORRO DE LOBO QUE INTENTÓ DEVORAR A SU MADRE”: LA PROPUESTA DE REFORMA MONÁSTICA DE FRAY LOPE DE OLMEDO (1422 – 1423). Parte I
Por el
momento, y con el fin de esclarecer los hechos que desembocaron en la fundación
de esta nueva orden, veamos qué ocurrió en 1422 y 1423 a partir de los relatos
de los cronistas jerónimos, en primer lugar. Es necesario también exponer el contexto en que se dieron estos
acontecimientos para comprender los movimientos y decisiones de fray Lope de Olmedo
en su marco espacio-temporal, cuestión a la que dedicaremos una segunda parte
de esta entrega. Con demasiada frecuencia, el análisis de este periodo se ha
realizado exclusivamente desde la perspectiva de la Orden de San Jerónimo, con
la consiguiente intencionalidad de desacreditar a fray Lope, y eso ha conducido
a la confusión en que se ve envuelta aún hoy su figura y su obra monástica.
El cronista Sigüenza fantasea en su “Historia de
la Orden de San Jerónimo” sobre las maquinaciones de Lope para reformar la
orden mientras él cree que aún era general,
reelegido en el Capítulo de 1421. Hemos demostrado ya con las pruebas aportadas
por Revuelta y Durán que no fue reelegido y que a finales de 1422 se hallaba en
el monasterio de Guadalupe, así como que fray Esteban de Bayona había sido
elegido general por los monjes de San Bartolomé de Lupiana una vez finalizado
el Capítulo de 1421. Mientras otros autores afirman que Lope formuló una
propuesta de reforma a los monjes y, rechazada ésta, marchó a la Cartuja (como
explicamos en la anterior entrega), fray José de Sigüenza le sitúa todavía como
General en el capítulo que tuvo lugar en 1425. Para aquel año, en realidad, y
como tendremos ocasión de demostrar, fray Lope de Olmedo había fundado ya una
nueva orden monástica (1424). Vale la pena sin embargo leer a Sigüenza, para
ver su falta de objetividad, sintiéndose en la obligación de “defender” a la
OSH de fray Lope, y, sobre todo, para comprender lo traumático de este periodo
en la orden de san Jerónimo y la confusión que ha generado en toda la
historiografía posterior en cuanto a fechas y acontecimientos y que ya
comenzamos a corregir en la anterior entrega (dedicada al periodo 1418 – 1421)
y continuaremos en las siguientes. Hechos verdaderos, que destacaremos en
negrita, trufan el relato del cronista.
Narra textualmente fray José de Sigüenza - Prior de El Escorial a finales del siglo XVI y encargado de
escribir la historia de los primeros tiempos de la Orden de San Jerónimo a
partir de las crónicas facilitadas por los distintos monasterios - sobre el V
Capítulo General de la Orden, que se celebró en 1425:
“Los
primeros días de este capítulo presidió en ellos, como prior de San Bartolomé y
general de la orden, fray Lope de Olmedo, que había sido elegido dos veces y lo
fue cerca de ocho años, según buena cuenta. Por razones de alta consideración
descubiertas de algunos siervos de Dios que tenían buena vista y celo de la
firmeza de la orden, fue necesario que vacase su oficio antes de fenecer el
capítulo. Diose en ello la mejor traza que pudo y así le absolvieron de lo uno
y de lo otro, que, como hemos visto, andaba junto. Sospéchase que sintió más
esta salida, aunque lo mostró menos que la entrada con los muchos extremos y
apariencias de que no se tenía por digno de estos oficios (…). Aquí es
necesario que descubramos el fundamento que hubo para absolver del priorato y
oficio de general a fray Lope de Olmedo y para hacer él lo que en adelante
veremos. En el discurso del tiempo que fue general, como los negocios de la
orden no le daban prisa y por la quietud grande que en ella había, él estaba
ocioso. Tuvo lugar, como hombre aficionado a letras, de revolver atentamente
las obras de nuestro glorioso doctor y padre San Jerónimo. Fue en estos
estudios, o por su virtud o porque lo pretendía desde el principio, recogiendo
todos los lugares que le pareció tenían sabor de economía, reglas y preceptos
de vida monástica, avisos, doctrinas, costumbres, asperezas. Hizo un fárrago
grande de todo esto y enamorado de su invención y de su estudio, movido no sé
con qué espíritu (es dificultoso juzgar esto y nadie tiene licencia, sino
aquellos solos a quienes dio Dios luz de conocer los espíritus), era bien pues
nos llamábamos religiosos de san Jerónimo tuviésemos una regla suya; suya digo,
de sus escritos cogidos, juntada por su diligencia, que siendo general de la
orden parecía tener bastante autoridad y licencia. Ésta es la raíz del primer
engaño, pues la regla no consiste en que cada uno junte los avisos y preceptos
que han dado los santos, sino que todos juntos se aten bien, mirada primero una
infinidad de circunstancias que sólo el espíritu de Dios puesto en el pecho de
su vicario puede advertirlas y pensó fray Lope con harto engaño que esto se
hallaba en él. Todos leemos en los títulos de los vasos que se hallan en las
boticas la variedad y extrañeza de medicinas que tienen dentro para las
enfermedades de los hombres: unas que relajan y otras que restriñen, las que
refrescan y las que calientan, humedecen y secan, mas no es lícito componerlas
y aplicarlas, sino sólo al que tiene el arte y sabe la dosis y conoce las
dolencias y penetra la calidad de los sujetos. Contentóse con sólo lo primero y
parecióle que podía aplicar lo que halló en San Jerónimo (botica general para
todos los estados del mundo), como si supiera el arte o tuviera el espíritu que
él tuvo.
Comunicó
estos sus trabajos con las personas de la orden que se le antojó serían de su
parecer y le ayudarían. No halló en ellos tan buena acogida como esperaba.
Algunos imaginan que dio en esta traza para con ella perpetuarse como
legislador en el oficio de general y enseñorearse perpetuamente de la orden y
parece, por lo que veremos adelante, que atinan con el pensamiento del hombre.
Otros juzgan más píamente y dicen que a los principios sus intentos fueron
buenos y como se vio derribado y frustrado concibió algún enojo y pensó
ejecutarlos como mejor pudiese, que así se van eslabonando las caídas. Los
siervos de Dios a quien dio parte de esto procuraron desengañarle, diciéndole
que aquello era deshacer la orden y una novedad grande, que se habían de alterar
los ánimos y recibirse ásperamente, que desistiese de ello, aunque el trabajo
era santo y bueno y sería de provecho ver allegadas aquellas sentencias tan
graves de nuestro padre y de mucha edificación considerar las asperezase n que
vivían en él y los otros monjes de su tiempo, pretender hacerlas regla y querer
ponerlo en práctica no era cosa acertada. Que dejase caminar la orden por la
senda que abrieron tan grandes siervos de Dios en especial siendo cosa tan
aprobada por tantos pontífices y no sin revelaciones del Cielo. Otras razones
de este peso le ponían delante para desengañarle y sacarle de su opinión. No
parece le hicieron mella, fiando más de sus sesos de lo que fuera bueno y como
estaba tan cabezudo, entendieron que era cosa peligrosa sustentarle en el
oficio y que el capítulo se gobernase por él porque son fáciles de mudar los
hombres y más cuando los que intentan las mudanzas y las persuaden son cabezas
que con la autoridad y con el miedo, cuando no bastan las razones, derriban a
los más constantes, y por eso determinaron, como dije, de absolverle del
oficio.
Quedó
grandemente lastimado de esto y en vez de corregirse o reportarse, rompió el
freno y determinó salir con su intento por la vía que pudiese. Revolvió
diversos medios en su pensamiento y al fin, como criado en buena escuela, dio
en el que tenía mayor apariencia de virtud (siempre suspendo el juicio de sus
intentos, refiriendo el caso en lo que parece por fuera y da lugar a las
sospechas, bastantes conjeturas de que hubo alguna ambición). Salióse de la
orden y fuese a la Cartuja. No he hallado en qué casa tomó el hábito, queriendo
con esta mudanza calificar el celo y deseo que tenía de asentar la regla que
había sufarcinado de los escritos de San Jerónimo, muy semejante en las más
cosas a lo que hay puesto en ejercicio en aquella santa religión, como si fuera
menester que todos fuéramos cartujos o no hubiera otro camino de religión o no
fuera también muy fácil coger de los escritos del mismo santo una regla que
respondiera puntualmente a la que escribió san Agustín y la que profesan tantas
religiones (se refiere a órdenes religiosas). Esta es la discreción humana, que
quiere hacer por su antojo reglas para gobernarlo todo.
Entró en la
Cartuja fray Lope y como la mudanza no parecía muy de la diestra del Señor,
perseveró pocos días en ella o fuese porque se le hizo muy áspera y el espíritu
con que se movía no le daba bastantes fuerzas o porque le pareció que por aquel
camino no salía con su intento, que era
hacer una nueva orden mudando los estatutos y regla de la orden de san Jerónimo.
Salióse de
la Cartuja, tornóse a vestir los hábitos de San Jerónimo; no sé cómo, porque
todo esto lo hacía sin licencia, ni sabemos que tuviese otra facultad ni poder
hacerlo más del que ahora tenemos. Los ignorantes que dicen en sus escritos que
fray Lope reformó la orden de San Jerónimo (porque digamos esto de paso) no
deben de saber qué quiere decir reformar. Reformar es reducir una cosa a la
primera forma, que se ha perdido o estragado por negligencia culpable, puesto
en olvido sus primeros preceptos, deslustrándose de la primera hermosura. Y la
orden en estos cincuenta años primeros no sólo no había desdicho de esto, más
aún, apenas había asentado sus estatutos y costumbres, como se ve en el
discurso de esta historia, ni fray Lope
ponía en esto tacha, sino pretendía
solamente hacer una regla de san Jerónimo y una nueva religión suya, tachando o
desechando como ajena la que estaba fundada en el título de san Jerónimo
teniendo la regla de san Agustín. Dejo aparte que en aquellos mismos años
fue cuando podemos decir con verdad que llegó esta religión a la cumbre, donde
pudo llegar en su manera de profesión. Testigos son de esto los conventos que
se edificaban y los siervos de Dios que florecían, en los que estaban
edificados, el gran nombre que cobró por toda España y lo que por ella hacía
toda la gente bienintencionada. Sin duda puedo decir que hoy nos mantenemos con
los relieves que sobraron de aquel tiempo florido en espiritual y temporal, tan
lejos estaba de reformación.
Vuelto fray
Lope a vestirse en esta tragedia los
hábitos de la orden, dejados los de cartujo, acordó de irse a Roma para desde
allí hacer la guerra y salir con su pretensión. Diole avilanteza a esto el ser
muy conocido del papa Martín V. Dicen algunos (aunque no sé en qué lo fundan)
habían estudiado juntos en París (error; ya indicamos aquí que fue en Perugia, y que habían sido compañeros de cámara. Remiró sus trabajos y púsolos en
forma, dándoles título de regla. Presentóselos al pontífice, que le reconoció y
recibió con benigno rostro, teniendo viva la memoria del compañero por ser
grande la amistad que se cobra en los estudios. Diole cuenta de su vida y de
sus designios. Leyóle la regla que había compuesto de los escritos de tan gran
doctor: contentóle mucho porque estaba ordenada con buen ingenio, diligencia y
fielmente cogida y los más bien atados centones (obra compuesta de sentencias y
expresiones ajenas) que yo he visto, dignos de más estima que los que hizo de
las obras de Virgilio y Homero Proba Falconia, tan alabados en el mundo. Anda
esta regla impresa entre las obras del glorioso doctor en el tomo de las que no
son suyas conocidamente, digna de leerse por el fruto que de tan buena doctrina
puede sacarse. Satisfízose mucho de este
trabajo el pontífice y más del celo de su condiscípulo, tan inclinado a cosas
de santidad y perfección de vida espiritual.
Visto por
fray Lope que el Papa estaba de tan buen ánimo, cobró aliento y puso en
ejecución su pensamiento. Ordenó luego una petición en que suplicaba a Su
Santidad que, por cuanto él como general de la orden de los monjes de san
Jerónimo que vivían en España y otros muchos religiosos de ella que vivían
debajo de la regla de san Agustín con celo de devoción y de mejorarse en la
vida espiritual querían vivir más
estrechamente de lo que en la dicha regla se mandaba y en el mismo estado en que el bienaventurado san Jerónimo vivió en el
monasterio de Belén con sus monjes y
pues tenía el nombre, imitar la vida, que para este intento había compuesto
una regla de diversos lugares de sus legítimas obras recogida, ordenadas por
sus títulos, su Santidad tuviese por bien de aprobársela y darle su autoridad
apostólica; juntamente con esto mandase
que todos los religiosos de san Jerónimo y frailes de los conventos de España
hiciesen de nuevo profesión a ella en manos de fray Lope de Olmedo como autor
del nuevo y verdadero espíritu de san Jerónimo. Esta era en sustancia la
petición que hizo al Papa y concediósela como en ella se lo pedía sin faltar
punto: tanto crédito le había dado en todo y tan satisfecho estaba de su buen
celo.
La súplica
y relación fue falsa en dos puntos sustanciales. El primero en que se llamó
“general de la orden”, no siéndolo, sino es que como letrado halló algún texto
donde entendió que no se lo podían quitar, aunque la causa fuese tan urgente y
grave. Lo segundo en que dice que otros muchos religiosos de la orden con él
deseaban y pedían lo mismo, que fue falso, porque hasta el día de hoy no se ha
entendido ni tiene noticia que alguno le siguiese o fuese de su, ni ha quedado
memoria de ello y cuando fuesen algunos pocos, no había que maravillar, porque
los hombres somos inclinados a mudanzas y queremos más el mal por conocer que
el bien que tenemos conocido y en esto hubo tanto seso en los religiosos que
ninguno se meneó tras fray Lope (parecer (esta
afirmación de Sigüenza falsea y trata de ocultar los hechos; están documentados
nombres de monjes jerónimos que siguieron a fray Lope en la fundación de una
nueva orden monástica, como veremos al tratar de los años 1424 y 1425). Y
faltando estas dos condiciones, si el pontífice fuera bien informado y le constara
de las mudanzas e ingenio del fraile, no le hiciera tan absoluta concesión
(básicamente, Sigüenza está afirmando que fray Lope engañó al Papa, que tan
sólo se dejó convencer por lo ingenioso de la composición de la Regla que le
presentó y por su íntima amistad con él). Tras esto, ¿quién no sospechará aquí
luego que en el negocio y manera de proceder de fray Lope no hubo alguna mezcla
de ambición y gana de mandar?”.
Como dije,
ésta es la versión que prima en la historiografía, por tratarse de las crónicas
de la Orden de San Jerónimo y porque a fray Lope se le ha estudiado desde la
orden o la órbita de la orden, y no en el gran contexto de la Iglesia de su
tiempo, que es lo que vamos a intentar hacer aquí con el fin de comprender sus
ideas, razones y acontecimientos.
En primer
lugar, las fechas mencionadas por Sigüenza no cuadran: está tratando el
capítulo General de 1425, mientras que la bula fundacional de la nueva orden de
fray Lope es de agosto de 1424 y la llamada Regla de San Jerónimo compuesta por
escritos del santo extractados y recogidos por fray Lope no recibió aprobación
papal hasta 1428. A pesar de este descuadre de datos, que podemos desmadejar,
como vamos viendo, con documentación primaria, es interesante leer también las
afirmaciones de otros historiadores y cronistas jerónimos para comprender la
implosión en la orden que supuso la propuesta de reforma de fray Lope.
La fecha
de la propuesta de reforma, parece claro, es el año 1422. A decir Lorenzo de
Alcina en su importante artículo en la revista Yermo de 1964, elaborado a
partir de la consulta de las bulas en el Archivo Vaticano y la biografía de
fray Lope escrita por Dom Norberto Caymi en el siglo XVIII, fray Lope propuso a los monjes jerónimos
una reforma de su forma de vida.
“El escaso deseo que mostraban aquellos
monjes de ser reformados – afirma Alcina citando a Sigüenza – estando a
sólo cincuenta años de la fundación de la Orden aparece en frases como ésta:
“Que trayamos cilicios, que vivamos en desiertos, durmamos en tierra; que ni comamos
carne, no bebamos vino, ni salgamos de casa, ni veamos ni seamos vistos de
padres ni parientes, amigos ni enemigos; que seamos ángeles o bestias, y no
hombres: ninguna de estas cosas nos mandó el papa cuando nos llamó gerónimos y
confirmó este título”. Fray Hermenegildo
de san Pablo, en su obra de historia de la orden aparecida en 1669, también
dedica palabras poco elogiosas a Lope, explicando de esta manera la composición
de la Regla de san Jerónimo y la propuesta de reforma: “No sé si le pareció mejor
por suya (la regla) que por sacada de las obras de su padre (san Jerónimo);
mirábala como propia y pretendió, introduciéndola, hacerse padre donde nació
hijo. Claro es que vistió su pretensión de buenos colores, queriendo en todo
ponernos en el estado de Belén (donde san Jerónimo había fundado comunidades
monásticas masculina y femenina); culpaba el andar calçados, el comer carne, el
vestir dos túnicas, el llamarnos hijos de san Gerónimo sin observar sus reglas,
pues no las teníamos, y mirado a bulto, parecía de buen aspecto lo que
intentaba persuadir.
Pero en realidad con ello
disimulábase atizadamente la pretensión de una paternidad perpetua que anhelaba
y ante la oposición de los suyos, se resolvió a otra novedad, fundando los monges de la Observancia de san Jerónimo,
y nunca volvió a su madre, de la que se había desunido, con su terquedad. Los
antiguos jerónimos lloraron con sentimiento el mal término de un hijo, doliánse
de que una madre de tan buena ley (la OSH) hubiese engendrado en sí a un lobo, que eso dice ese nombre Lupus,
para que le rasgase las entrañas un Lope o Lobo …”. Sobre esta curiosa
afirmación, explica Lorenzo Alcina que “la técnica de fray Hermenegildo es
típicamente barroca. Y reproduce el siguiente párrafo del frayle historiador,
insistiendo en esta idea:
“Creyó
ella (la Orden) cuando le criaba que era el cachorro del León de Belén (a san
Jerónimo siempre se le representa con un león a sus pies) y era lobo en la
naturaleza y en la realidad, como lo era en el nombre, y disimulaba con la
piel aparente que vestía de hijo (…) lo raptante de esa naturaleza disimulada.
Constituyóle ella León, pues lo hizo dueño de su posesión primera: el monte de
Lupiana, finca entera de su mayorazgo; hízole allí cabeza de la familia;
levantóle a general padre de todos: pero como se llama Lobo y se vio dueño en
el monte de los Lobos, que esto quiere decir Lupiana, acordóle el sitio la
naturaleza y no pudo encubrir más lo que hasta allí disimuló”.
Ya en el
siglo XX, Fray Ignacio de Madrid, en los estudios de historia de la orden de
san Jerónimo que realizó a partir de los años 1960, tal vez sintiéndose también
en la necesidad de seguir a Sigüenza y “defender” la orden del supuesto ataque
que fue la propuesta de reforma, realizaba las siguientes afirmaciones en la
revista Claustro Jerónimo, editada por el Monasterio de Santa María del Parral:
“Hablamos hoy, en esta sección, de fray Lope de Olmedo, aunque algo me ha
costado decidirme a ello. Como veréis y deduciréis al terminar de leer estas
páginas, fray Lope es una figura
discutidísima… Sí, comenzó siendo jerónimo, miembro de nuestra orden, pero
con una inquietud reformista que, a los pocos años, le separó de ella (…). Ya
en este momento digamos que todo este hacer y proceder de fray Lope ha sido
objeto de muy diversos juicios, y de muy difícil solución, pues los escritores
de la cuestión son partes interesadas. Y así, si leemos sólo a sus
impugnadores, parecería llena de intriga y ambición; si atendemos a sus
partidarios, cuajada de virtudes monásticas y sincero amor al desierto. En
verdad que me gustaría, pero no puedo, entrar de lleno en todo este tema, mas
sí voy a reflejar mi opinión sobre su pretendida “reforma” que es la que
produce la llamada “escisión de fray Lope de Olmedo”, y consecuentemente divide
a la Orden en dos. Fray Lope pretende introducir una – en mi opinión - mal
llamada “reforma”. Y me atrevo a llamarla así porque, si “reformar”, según el
diccionario de la lengua española, es “reducir o restituir una orden religiosa
a su primitiva observancia o disciplina”, me parece inexacto dar – como se ha
dado a fray Lope el título de “reformador” y a su obra la de “reforma” (…). Los
autores que justifican la actitud de Lope argumentan que no se concebía que los jerónimos tuvieran la regla de san Agustín,
siendo así que san Jerónimo – al que se le tiene por padre y protector –
escribió abundantemente sobre la vida monástica. Además, ven bien su
insistencia en más soledad y en la abstinencia de carnes, que propugne que los
monjes deben vestir cogulla, etc”.
Tras
reflexionar sobre la cuestión de que la orden de San Jerónimo hubiera recibido
del papa Gregorio XI la regla de san Agustín en 1373 (cuestión que trataremos
cuando lleguemos a 1428, año de aprobación de la “regla de san Jerónimo” por
parte del papa Martín V), continúa fray Ignacio de Madrid diciendo que “en
cuanto a su insistencia en más soledad, en la abstinencia de carnes, vestir
cogulla, etc., en mi opinión todos esos cambios no implican una “reforma”, sino
que es, clara y simplemente, que fray Lope quería “otra cosa”.
Estuviera
proponiendo fray Lope una “reforma” u “otra cosa” – algo que veremos más
adelante – vemos que sus propuestas se basaban en cuatro conceptos
fundamentales: 1) una vida
solitaria en el yermo, 2) vida contemplativa, 3) abstinencia de carnes y 4) cogulla
para el rezo coral.
Publicado en InfoVaticana el 13/10/2024.
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