(VIII) LA SOLEDAD DEL PAPA LUNA, 1413 – 1414


Como se ha visto, si hay dos personajes que marcan y enmarcan la vida de Lope González de Olmedo en estos años son Don Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, Benedicto XIII, el Papa Luna; y el Infante Fernando de Antequera, primer miembro de la dinastía Trastámara elegido rey de Aragón como Fernando I tras el Compromiso de Caspe, en 1412. En estos dos años que vamos a tratar, 1413 y 1414, son muy pocas las evidencias documentales localizadas sobre Lope de Olmedo. Aun así, es un periodo decisivo por la convocatoria del Concilio de Constanza, que habría de poner fin al Cisma de Occidente. Y como deseo contextualizar la biografía de Lope de Olmedo en la historia de la Iglesia, el hilo conductor que seguiré para este periodo será la figura y actitud del pontífice aragonés, y su relación con el monarca castellano de Aragón.

En cuanto a Lope, he hallado dos documentos referentes a estos dos años de su vida:

1413:

o Diciembre: en el número 406 del Bulario de Benedicto XIII se lee que, “figurando como procurador en la Curia Romana del rey de Aragón, Fernando, (Lope) es dispensado de la obligación de residencia en sus beneficios, con tal se halle al servicio del rey o instruyéndose en algún Estudio General, de manera que pueda percibir sus frutos y rentas como si personalmente residiere en ellos. Éstos, según registro aviñonés #341, folios 358-r, 359-r, amén de los citados, comprendían canonjías, prebendas y beneficios en las iglesias, ciudades y diócesis de Cádiz, Segovia y Ávila, como más tarde canonjía con reserva de prebenda en la iglesia de Santa María de Valladolid. 

o ACA, C (cancillería), reg. 2404, ff. 12 v. – 13 r. 1414, fechado el 7 de enero en Lérida. Afirma la historia Roser Salicrú al respecto*: “En diciembre de 1413, el rey (Fernando) había escrito al Papa (Luna) para suplicarle que diese licencia al obispo de Huesca para participar en la ceremonia de su coronación. Fernando volvió a insistir. Desconocemos cuál fue la respuesta de Pedro de Luna, pero lo más probable es que las gestiones reales no tuviesen el éxito deseado y que el papa no cediera, al menos antes de principios de 1414. Entonces, el rey envió a ´Lope Gonzalo de Olmedo´ a la corte pontificia a parlamentar super nonnulis honorem nostrum ac felicem expedicionem nostre prospere concernentibus, pero con órdenes del todo diferentes: “bien sabedes como havemos ambiado a suplicar a nuestro senyor, el Padre Santo, que placiese a Su Santedat acomandar la administración de la església de Çaragoça, por raçón de los actos de nuestra benaventurada coronación, al reverent padre en Christo el archebisbe de Trragona. E, como la jornada de la dita nuestra coronación sea muyt breve, rogámosvos affectuosament e encargamos que, de nuestra part, instedes e suppliquedes el dito nuestro senyor el Padre Santo, en virtut de la creencia que vos acomendamos, que plega a la Sua Santedat acomandar la administración de la dita església sobre los ditos actos e tanto coo aquellos durarán al dito archebisbe, como sea a major prelado de nuestra senyoría, o al menos al bisbe de Barcelona”. (*) Roser Salicrú i Lluch, “La coronació de Ferran d´Antequera”, Anuario de Estudios Medievales, vol. 25, nº 2, 1995, pp.699-759

1414, mes de julio: Figurando como auditor de causas del palacio apostólico, según registro aviñonés, número 343, folios 304 r- 304 v, (Lope) “sería provisto del arcedianato de Ledesma, con cura de almas, resignado por Rodrigo de Bernardo (…), y también de los prestimonios y beneficios sin cura, vacantes en la iglesia, ciudad y diócesis de Salamanca (sin residir, 100 florines de Aragón) por defunción del arcediano de Salamanca y capellán papal, Fernando García”. Sobre estos, al hallarse indebidamente ocupados por Alfonso González y otros clérigos, se expide nuevo mandato de provisión en registro aviñonés 344, folios 796v – 797v. Además, (Lope) quedará dispensado para retener todos sus beneficios (sin residir, 500 florines de Aragón), excepto la chantría, cargos y prestimonios en la iglesia y diócesis de Coria, de los que debía dimitir. También se encuentra en el citado #406 del Bulario de Benedicto XIII.

Existe además el valioso documento, que es el citado Testamento de Lope González al profesar solemne como monje de la Orden de san Jerónimo en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe (episodio sobre el que trataremos en la próxima entrega), fechado el 15 de abril de 1415, con referencia legajo 45 del Archivo del Monasterio de Guadalupe (AMG); en el cual Lope González se refiere a sí mismo como “ego, Luppus Gundisalvi de Cotes, legum doctor, familiaris, comensalis et capellanus domini nostri pape, causarumque sacri palatii auditor indignissimus” (“yo, Lope González de Cotes, doctor en leyes, familiar, comensal y capellán de nuestro señor el papa, e indignísimo auditor de causas del Sagrado Palacio”). 

Lo que parece desprenderse pues de estos documentos es que Lope había pasado de ser un clérigo jurista diplomático en la corte real al servicio de Fernando I de Aragón a ser auditor de cuentas del Sacro Palacio Apostólico de Benedicto XIII en 1414, entre las fechas referidas en el citado documento del ACA (7 de enero) y el número 434 del registro aviñonés (mes de julio). 

En ese contexto, el emperador Segismundo de Luxemburgo convocó el 9 de diciembre de 1413 el Concilio de Constanza, que habría de celebrarse en la ciudad del mismo nombre desde el 5 de noviembre de 1414 hasta el 22 de abril de 1418, con el objetivo de poner fin al Cisma de Occidente. Recordemos: la Iglesia estaba dividida en dos obediencias. Pero, ¿por qué se negaba a renunciar al Papado Benedicto XIII para poder acabar con el Cisma? Para ello es importante considerar quién convocó el Concilio, en primer lugar. Consideremos, siguiendo principalmente el ensayo de biografía histórica de Luis Suárez Fernández, Benedicto XIII, una importante cuestión que condicionaba determinantemente la negativa a renunciar de Benedicto XIII. En primer lugar, él se consideraba Papa legítimo, igual que consideraba a su antecesor en Aviñón, Clemente VII, alegando que el Cónclave de 1378 en Roma que había elegido a Urbano VI había sido inválido por la falta de libertad de los cardenales en la elección, amenazados como estuvieron por el pueblo romano. Así, consideraba legítimo el papado de Aviñón y, aun así, en bien de la Iglesia, él estaba dispuesto a acabar con el Cisma, y a renunciar para ello; pero siempre que fuera una cuestión que se dirimiera entre los papas, puesto que estaba en juego la primacía del Sumo Pontífice sobre el Concilio (el llamado conciliarismo). Afirma Luis Suárez que, “en el pensamiento de Benedicto XIII, lo importante en aquellas horas de dramatismo extremo era defender a la Iglesia del asalto que intentaban aquellos (los conciliaristas) que, reclamando una reforma in capite et in membris, trataban de destruirla. No se había negado nunca a renunciar, aunque exigía que se asegurasen las condiciones para dejar a salvo la legitimidad”. 

Es importante constatar cómo, al aproximarnos a la figura del Papa Luna, resulta evidente que fue celosamente ortodoxo en temas doctrinales. El Dr. Vicente Ángel Álvarez Palenzuela, de la Universidad Complutense de Madrid, afirma a este respecto que la palabra “cisma” no sería la correcta para nombrar a esta división en la Iglesia entre 1378 y 1417, porque no se produjo ninguna ruptura en la doctrina ni la moral de la Iglesia; sino que fue una cuestión de obediencias, de legitimidad del papa, de si la elección de Urbano VI en 1378 fue válida o no y, por tanto, si fueron o no papas legítimos Clemente VII y Benedicto XIII. En realidad, se trata de un tema de gran importancia para la Iglesia, puesto que, si consideramos la ortodoxia doctrinal de Benedicto XIII, no debiera ser un gran problema la restitución de su memoria; no olvidemos que fue excomulgado, se le considera un anti-papa y que, trescientos años después, otro pontífice que eligió el nombre de Benedicto recibió el ordinario XIII. El problema para restituir su figura como pontífice implica empero tratar la delicada cuestión de de la primacía y las obediencias; la cuestión de que el papa sólo puede ser uno y, por tanto, la restitución del Papa Luna implicaría la deslegitimación de los papas de Roma durante el cisma, pues está en juego la única cabeza de la Iglesia, porque ésta no puede ser bicéfala. Tal vez por eso hasta hoy la Santa Sede no ha iniciado ningún proceso de revisión de la excomunión de Benedicto XIII, pero no está de más detenerse brevemente en este espinoso tema; porque es una falaz simplificación que el Papa Luna fuera solamente un “tozudo aragonés”: experto canonista, Benedicto XIII defendió contra todos, apoyado en las palabras de Jesucristo a Pedro (Mt 16, 13-20) su legitimidad como único papa de la Iglesia. Y por eso no renunció. Debió ser una presión insoportable, pero es además un testimonio de total entrega a Dios y de recta conciencia: sólo Dios podía juzgarle, dijera lo que dijera la jerarquía eclesial, las estructuras políticas del tiempo y la historia. 

Entre la convocatoria del Concilio y su inicio tuvo lugar la coronación de Fernando I de Aragón en febrero de 1414 en Zaragoza. El historiador Santiago González Sánchez afirma en su obra “Fernando I, regente de Castilla y rey de Aragón (1407-1416)”, que Fernando disponía de plenos poderes reales desde su elección en el Compromiso de Caspe, aunque su coronación se efectuara dos años después, como consecuencia del cuestionamiento de su elección y posterior revuelta del conde Urgel. Como parte de los ingentes preparativos que comportó, hemos visto a Lope enviado por el rey al papa para que autorizase al obispo de Huesca a asistir a la ceremonia, en documento fechado en enero de 1414. Poco tiempo después, al parecer, Lope dejó de prestar servicios al rey de Aragón y pasó a ser auditor de cuentas en el palacio apostólico, como hemos visto en los citados documentos.

Veamos ahora cómo afectó la convocatoria del Concilio de Constanza a la relación político-eclesiástica entre Fernando I de Aragón y el Papa Luna; cuestión que, a la postre, y como veremos en la próxima entrega, afectó directamente a la vida de Lope de Olmedo.

La cuestión de los reinos españoles en el intento de liquidación del Gran Cisma de Occidente era delicada, pues se encontraban bajo la obediencia de Benedicto XIII quien, en modo alguno, como hemos visto, estaba dispuesto a admitir la superioridad del Concilio sobre el Vicario de Cristo en la tierra. Fernando I sabía bien que, si bien tenía derechos al trono de Aragón por vía materna, debía mucho en su elección al Papa Luna. No en vano, su primer gesto tras ser elegido en 1412 había tenido fuerte significación: viajó a Morella, residencia de Benedicto XIII, para darle las gracias. Por esta razón, afirma Luis Suárez Fernández (2002, pp. 275ss), “¿qué esperanzas podía abrigar el Concilio de conseguir que Fernando abandonara la obediencia de quien en tal medida era deudor?”. Por eso, el rey Segismundo comenzó a negociar con las coronas de Aragón y Castilla mucho antes de que se iniciaran las sesiones del Concilio (5 noviembre 1414). La figura de Fernando I era la clave en esta negociación tanto para las coronas aragonesa y castellana como para Navarra y Portugal.

Se programó una entrevista en el verano de 1414 entre enviados de Segismundo y Fernando I, quien puso la condición de que Benedicto XIII estuviera presente. Las conversaciones giraron esencialmente, nos dice Luis Suárez, “sobre tres cuestiones formuladas por Benedicto XIII”: aceptaba asistir a una entrevista con Segismundo y Fernando I en el lugar que estos acordasen, la cual podía tener lugar entre abril y junio de 1415, pero siempre que fuera incuestionable la superioridad del Papa sobre el Concilio, cuestión que afectaba a la fe en el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, porque sólo Dios puede juzgar al Papa. Benedicto XIII no cambió en ningún momento su argumento y decisión: los titulares de la tiara, ahora tres, todos dudosos, debían reunirse y declarar las razones que amparaban su demanda de legitimidad, incluyendo en este intercambio el compromiso de abdicación. Así finalizó la reunión de Morella, tras la cual Fernando I había decidido el nombramiento de una comisión negociadora en que estaban representados los reinos de Aragón y Castilla. El rey estaba satisfecho de que Benedicto no se hubiera negado a la entrevista con Segismundo, que a él tanto convenía, ni había puesto inconvenientes en que fuese enviada una embajada a Constanza. Hasta el último instante, afirma Luis Suárez (2002, pp. 278-279), el Papa Luna “procedió con la energía y decisión que consideraba imprescindible consecuencia de la doctrina acerca del poder de las Llaves (…). En circunstancias normales se le hubiera tenido únicamente como riguroso defensor de las prerrogativas pontificias en cuanto atañen al bien de la Iglesia. La pregunta que cabe hacer, desde una perspectiva cristiana, es si no hubiera debido preferir el abandono coyuntural de algunos rigores a fin de alcanzar, con ello, el bien (¿supremo?) de la unidad”. 

En esta importante entrevista en Morella observamos la ausencia ya de Lope de Olmedo, quien se hallaba en el palacio apostólico como auditor de cuentas, abandonadas las tareas diplomáticas.

La embajada de Fernando I se desplazó a Constanza en otoño de 1414, para el comienzo del Concilio; tenían el encargo de proponer en primer término, según la voluntad del Papa, la via iustitiae, garantizando que habría abdicación en el caso de que no llegasen los tres papas a un acuerdo sobre su legitimidad. Pero Fernando había advertido a los suyos que, si dicha propuesta era rechazada, no debían empecinarse en ella, sino entrar en negociaciones que permitiesen conocer cuáles eran los proyectos del Concilio; la consigna era evitar a toda costa que se produjera una ruptura. 

Aquí comienza ya a vislumbrarse el viraje de Fernando I, que acabaría desembocando en su retirada de obediencia a Benedicto XIII, como expondremos en la próxima entrega.

Publicado en InfoVaticana el 7/7/2024.


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